Desplante del jerezano Juan José Padilla ante el precioso albahío que abrió el último festejo de la Feria 2011. :: ESTEBAN
Jerez

Los toros parecieron de Guisando

Los ejemplares de Jandilla se pararon en el último tercio y deslucieron los trasteos Juan José Padilla sale a hombros en la última de Feria tras una entregada actuación en el coso

JEREZ. Actualizado: Guardar
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Terminó la feria taurina de Jerez con una corrida que no pasará a los anales de la tauromaquia por las exquisiteces toreras que en ella pudieron vivirse. Pero como suele ser costumbre en estos casos, el abultado marcador de trofeos que arrojó el festejo no posee correspondencia alguna con el nivel artístico ofrecido. Nada menos que cuatro apéndices se cortaron en una tarde que resultó tediosa en muchos momentos y en la que resulta difícil recordar pasajes que destacaran por su auténtico brillo. Y como también suele ser ya costumbre, el motivo generador del plúmbeo devenir del espectáculo radicó en la escasez de casta y de fuerzas de los toros lidiados. Los seis ejemplares poseyeron el denominador común de tener muy limitado el capítulo de la raza, lo que provocó que todos tendieran a pararse y a rehuir la pelea a medida que los trasteos avanzaban. Dentro de este rasgo común, podrían recalcarse matices: de los seis , el más bravo resultó el tercero y los más parados y descastados fueron quinto y sexto.

Con este material, Juan José Padilla consiguió erigirse en el triunfador del festejo después de desorejar a sus dos enemigos. Luminoso y variado con el capote, interpretó la verónica a pies juntos ante el que abría plaza y galleó después por chicuelinas para llevarlo al caballo. Espectaculares resultaron también sus tercios de banderillas en los que mostró su habitual dominio de los terrenos para ganar con solvencia la cara de los toros. Inició su primera faena con unos estatuarios que abrochó con el pase de la firma y molinetes. Dibujó una serie en redondo de notables derechazos ligados que el toro tomó con prestancia y nobleza. Pero el viaje de la res se acorta muy pronto y no permite que la faena alcance la intensidad pretendida. Tras unas manoletinas postreras, verificó Padilla una gran estocada al volapié, que le valdría la primera oreja de la tarde. Con larga cambiada recibió al cuarto, al que veroniqueó en ajustados lances rematados con airosa media. Como el anterior, también este toro solo aguantaría la primera serie de muletazos, en la que embistió con suavidad y franquía. A partir de ahí se paró y hasta propinó derrotes peligrosos cuando Padilla quiso pasarlo al natural. Dadas las circunstancias, desplegó el jerezano un ímprobo esfuerzo por extraer muletazos a un enemigo casi inmóvil. Empeño que desembocó en unos desplantes finales que provocaron el delirio de la grada.

Se gustó Miguel Ángel Perera en su saludo capotero al segundo de la tarde con unas templadas verónicas y esculpió después un ajustado quite por gaoneras que sobrecogió de tanta quietud y ceñimiento. Tras un emotivo inicio de faena con pases cambiados por la espalda en los mismos medios, dio paso al toreo en redondo en dos series de elevado nivel estético, que su oponente tomó con cierta codicia y largura. En ellas derrochó el toro el exiguo contenido de su casta, pues pronto perdería casi todo su recorrido y obligaría a Perera a terminar el trasteo con ese toreo encimista entre los pitones que con tanta maestría domina y que tan jaleado es por los públicos. Peculiar versión de la tauromaquia que contaría con una prolongación aumentada y mejorada durante la faena del quinto de la suelta, toro de escasísima disponibilidad para el desplazamiento. Y ya se sabe que en el toreo, si no se cuenta con la capacidad dinámica por parte del elemento bovino, la ejecución de cualquier suerte lucida se convierte en un objetivo imposible. Esto fue lo que ocurrió con este animal, nobilísimo pero carente de casta y de fuerzas, con el que Perera se pegó un verdadero arrimón y con el que sólo pudo mostrar sus deseos de agradar a base de un encimismo prolongado y casi inverosímil. De tanto citar entre los pitones, hasta dio la impresión de que pretendiera traspasar la más elemental ley física que dicta la impenetrabilidad de los cuerpos sólidos. No lo consiguió, pero a punto estuvo. Lo que sí logró fue poner de manifiesto que la extrema docilidad pero ninguna transmisión en un toro de lidia, resulta absolutamente incompatible con la belleza y la esencia del toreo.

El toro que más cualidades propias de su raza acreditó fue el primero del lote de Cayetano. Tomó una fuerte vara en la que empujó con los riñones y acudió presto a todos los cites de su matador con bravura y boyantía. Aunque, como les sucediera al resto de sus hermanos, fue perdiendo acometividad a medida que avanzaba el trasteo. Pero, al menos, permitió que Cayetano se luciera en unos bellos pases por bajo y que lograra un par de tandas de derechazos con cierto temple y ligazón.

Más corto se mostró en su embestida por el pitón izquierdo por lo que, salvo algunos naturales aislados, no encontraría el diestro el mismo acoplamiento que con la mano derecha. Puso fin al festejo un toro que ya mostró su negativa al movimiento durante el transcurrir del primer tercio. Y llegó al último con carácter incierto y reservón, sin ganas de regalar dos embestidas seguidas y con menos aún de tomar el engaño que con tanto denuedo le ofrecía Cayetano Resulta imposible torear a un toro inmóvil. Porque no se hizo el toreo para el toro de Guisando.