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El terror sobrevive a Bin Laden
La venganza talibán por la muerte del dirigente 'yihadista' se cobra la vida de 88 personas
SHABQADAR (PAKISTÁN). Actualizado: GuardarLa muerte de Osama bin Laden ya tiene su primera venganza. Ante la dificultad de volver a golpear de momento en Occidente, los paquistaníes pagaron con un baño de sangre la operación de las fuerzas americanas que costó la vida al líder de Al-Qaida el día 2. Tehrik e Talibán Pakistán (TTP) cumplió su palabra y envió a dos suicidas, su arma más efectiva, a la academia militar de Shabqadar. Los terroristas sabían lo que hacían. Llegaron a las seis de la mañana de una jornada señalada en el calendario de unos reclutas que, tras 6 meses de instrucción, esperaban los autobuses para volver a casa.
Al menos 88 personas perdieron la vida, 66 de ellas reclutas, y doscientas resultaron heridas tras el doble atentado suicida que sacudió la pequeña localidad del norte de Pakistán, próxima a la zona tribal. Un kamikaze en motocicleta se precipitó contra el grupo de reclutas. Pocos minutos después de la primera explosión, cuando se atendía a los heridos y retiraba a los muertos, un segundo suicida completó el primer capítulo del terror post-Bin Laden, como reivindicó Ehsanulá Ehsan, un portavoz del TTP, en un mensaje de texto a la prensa en el que advirtió además que «la venganza por Osama continuará. No enviéis a vuestros hijos a las fuerzas de seguridad».
«Me voy al extranjero, no aguanto más», confiesa Mohamed Sohaib mientras retira los restos de cristal de su escaparate destrozado por las explosiones. La academia se encuentra junto al mercado y «menos mal que el ataque ha sido en viernes, el único día que no abrimos hasta las siete, de lo contrario la desgracia sería aún mayor», asegura Sohaib. El resto de comerciantes se esfuerza también en retirar escombros para «volver a la actividad en cuanto las autoridades lo permitan. Esto es Pakistán, aquí no hay seguros, ni ayudas públicas. Vivimos del día a día y no tenemos otro remedio que seguir adelante», dice Sajid, vendedor de teléfonos móviles. El millar de reclutas que se prepara en Shabqadar da vida a un mercado ayer desolado y de luto por el atentado más sangriento de 2011.
Fuera del cordón de seguridad un grupo de vecinos mira la escena desde la distancia. Una fila de diez minibuses reventados por las explosiones, restos de sangre en el asfalto, periodistas de las principales cadenas nacionales, comerciantes intentando reparar los daños, restos de metralla. la misma fotografía que han visto decenas de veces por televisión hoy la pueden seguir en vivo a pocos metros de sus casas. «Es la principal academia de la zona y sabíamos que estaba en el punto de mira talibán. Me consta que se habían recibido amenazas directas de las zonas tribales, a menos de 25 kilómetros. Cuando he escuchado las explosiones en seguida he pensado en este lugar», cuenta un profesor de educación primaria que prefiere no dar su nombre.
«Estamos en una guerra»
Todo lo contrario que jóvenes como Shehzar, de 14 años, que asegura no saber «la razón del ataque, es uno más de todos los que han sucedido. No creo que sea solo por la muerte de Osama. Aunque el mundo no lo vea, estamos inmersos en una guerra». Un agente de la policía de frontera sigue atento la conversación fuera del perímetro de seguridad. Armado con un viejo fusil como la mayor parte de sus compañeros, ni siquiera un AK-47, se aproxima para insistir en la idea de que «no solo hay guerra al otro lado de la frontera, en Afganistán, también los paquistaníes estamos luchando contra los talibanes».
Y en esa lucha es el cuerpo de la guardia de fronteras ('Frontier Corps' o FC) el que compone la primera línea de combate. Formado íntegramente por pastunes, la misma etnia de los talibanes, los jóvenes son entrenados y enviados a patrullar a sus zonas de origen. «Nosotros también nos enrolaremos cuando tengamos la edad mínima, aquí todos queremos ser agentes», apunta Shehzar mientras sus amigos asienten ajenos a la amenaza del portavoz talibán, que en la reivindicación del ataque se dirigió a las familias para que dejen de enviar a sus hijos al frente. En un país asolado por el desempleo, los cuerpos de seguridad son la única alternativa para miles de jóvenes.
En un comunicado de condena, el primer ministro, Yusuf Razá Guilani, criticó que los insurgentes no tengan «ningún respeto por la vida o por la religión» y sigan «su propia y vil agenda» política. Una condena en la que volvió a recordar que son los paquistaníes quienes han pagado el precio más alto por la guerra contra el terror. 30.000 civiles y otros 5.000 miembros de las fuerzas de seguridad han muerto desde el 11-S a causa de la violencia.