ESPAÑA

«¿Qué va a ser de nosotros ahora?»

El adolescente Jimy Alexis lleva dos días sin poder pegar ojo tras observar la muerte del zapatero Rafael Mateos Tras perder sus casas, muchos lorquinos apenas poseen una bolsa con algo de ropa como toda pertenencia

LORCA Actualizado: Guardar
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. Cuando la tragedia se decide a saltar a escena, lo hace sin avisar. Sin miramientos. Mariano García, vecino del barrio de San Diego, lo sabe bien. A sus 69 años, este lorquino llora desconsoladamente mientras atraviesa el portal de su vivienda aferrado a una pequeña bolsa. La vivienda tiene pintado el temido punto rojo. Futuro incierto.

Ya en la calle, Mariano se reúne con su familia. La emoción desgarra. Son muchos los que han perdido su casa. Al menos tres miembros de esta prole. «Mi hermana vive en la calle de allí y también siniestro total», clama. Su hogar, ubicado en el primer piso de un bloque del lorquino barrio de San Diego, ha quedado totalmente resquebrajado. Los vecinos de toda una vida tratan de consolarlo. «Da miedo estar ahí dentro».

Si alguien es capaz de entender el desasosiego de Mariano, es Lucia Guijarro, su consuegra. Esta anciana, de 72 años, vive a apenas unos metros, en una planta baja que también ha quedado muy afectada. «¿Qué va a ser de nosotros ahora?», clama la anciana, mientras dos de sus nueras la abrazan con fuerza. No quieren que se emocione porque el día anterior ya tuvo que ser atendida en el Huerto de la Rueda por una fuerte subida de azúcar. «Está para que le de algo».

Lucia se vio obligada ayer a abandonar la vivienda en la que ha pasado los últimos 40 años. Donde ha criado a sus cuatro hijos. «Aquí ha habido algún terremoto, pero ninguno como éste», recuerda. «Yo estaba viendo la tele y me lié a chillar como una loca. Tengo rajas en la casa de un dedo de ancho».

Tras ese primer susto, la anciana vivió el segundo terremoto en la calle, en un parque cercano. «Todas las vecinas nos agarrábamos asustadas». Su vivienda está muy próxima a la zapatería de Rafael Mateos, uno de los fallecidos. Lo conocía. «Era una gran persona y me ha dado una pena terrible», balbucea entre lágrimas. A partir de ahora, Lucia esperará una solución en la vivienda que uno de sus hijos tiene en La Hoya. Hasta allí no llegó la destrucción del seísmo. Mariano, por su parte, estaba ayer pendiente de acercarse a ver la casa de una de sus hijas para ver si podía servirle de refugio los próximos días. «Si no, ya veremos qué hacemos».

Un adolescente 'en shock'

Jimy Alexis lleva dos días sin pegar ojo. Este adolescente, de 15 años y nacionalidad ecuatoriana, se ha encontrado de frente con la muerte y no encuentra respuestas. El miércoles, el terremoto le sorprendió durmiendo. «Estaba recién despierto y no sabía que estaba pasando», relata serio. «Quería salir de la habitación, pero la puerta estaba atrancada». En el momento del seísmo, Jimy se encontraba en su casa de San Diego con su hermana de 20 años. Sus padres estaban volviendo de su trabajo en el campo aguileño.

«Bajamos al parque y yo pensé que no era conveniente volver a subir a casa, pero mi hermana subió a hacer la comida». Jimy se quedó solo en el parque que hay frente a la zapatería de Rafael Mateos, una de las víctimas mortales de la tragedia. En esa zona perecieron tres personas. «Solo oí que salían dos personas gritando de la zapatería y el golpetazo -el ruido de la cornisa que cayó al suelo-», cuenta. «Luego vi al hombre tirado en el suelo con la cabeza hacia un lado. Me miraba muy fijamente».

Pese a los intentos de ayuda de Jimy, nada se podía hacer ya por salvar la vida de Rafael. «Intenté decirle a una mujer que había cerca que llamara a una ambulancia, pero no reaccionaba», recuerda. «Tengo clavada la imagen del señor mirándome». Al pesar que este joven arrastra, se suma la situación en que se encuentra su familia. La cara de su madre, Rosillo Durán, lo dice todo. «¿Dónde vamos a vivir ahora? ¿Cómo vamos a trabajar», pregunta. No encuentra respuesta.

Esta familia reside en un tercer piso del barrio de San Diego desde hace dos años. El matrimonio acudió a España hace dos años para buscarse la vida y, cuando su situación económica se lo permitió, hace ahora tres años, trajeron con ellos a su hijo. Les han impedido acceder a su vivienda porque está muy afectada.

«Estoy en la calle y sola»

En otro punto de la ciudad, a las puertas del edificio San Jorge, varias familias cargan los coches para unirse al éxodo de lorquinos que dejan la ciudad y sus casas en ruinas. El teléfono suena sin respuesta en el bajo de Seguros Zurich, mientras Rebeca López se pregunta a dónde ir tras lo ocurrido.

«Estoy en la calle y sola», lamenta entre sollozos, mientras contempla compungida sus maletas y el equipaje que ha sacado de su vivienda, marcada con una fatídica leyenda -«no pasar»- por los técnicos. Algunos de sus vecinos, equipados con cascos, suben jugándose el tipo para rescatar la libreta de ahorros o una foto especialmente querida, pero poco más. Rebeca los mira impotente. «Estoy sola», repite como un mantra.

«Me ha llamado el dueño del piso y me ha dicho llorando que a dónde iba a ir.Y no he sabido qué decirle», cuenta. Su equipaje es demasiado para ir al campamento de Huerto de la Rueda y lamenta que «no nos están ayudando a todos». Perdida y desorientada, Rebeca recibe a su amiga Cristina, a quien pide ayuda esperanzada.

La marea se lleva al periodista lejos, pero a la vuelta, hay una mirada al San Jorge. Allí no queda ya nadie y queremos creer que Rebeca ha encontrado su sitio, como tantas otras almas que ayer deambulaban por Lorca.