TOROS

PRIMERA RACIÓN TORISTA EN MADRID

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El primero de los seis toros de Escolar fue bravo. Bello toro cárdeno: cinqueño y en tipo, abierto de cuerna pero armónico. En una tercera serie pareció tener Rafael ganada la pelea, o no perdida al menos, pero al cambiarse de mano sufrió un desarme, en el desarme se sintió la fiereza del toro, que atizó a la espalda y le rasgó la chaquetilla, y en ese combate se perdió la guerra. Era tarde de torismo sin fronteras en Madrid y ya entonces se tomó partido por el toro. Dos pinchazos -hondo el segundo- y tres descabellos.

Con su temperamento, pero con su seriedad, el primero fue de largo el toro de la corrida, que traía, además del primero, otros tres toros cinqueños: tercero, cuarto y quinto. Cada uno de los cuales fue de una manera. Un mozo imponente el tercero, negro entrepelado, muy largo, remangado de cuerna, falto de fijeza, siempre a su aire, a veces descompuesto en sacudidas, a veces templado pero con la cara alta en los remates. Anduvo atragantado y sin asiento Alberto Aguilar, y el toro pasó sin ser llevado ni traído hasta que se cansó de hacerlo.

El cuarto lucía dos garfios jamoneros, percha descomunal, y sólo por cornalón y descarado, sólo por eso, fue de salida muy ovacionado. Altísimo, flacote y estrecho, degollado, un punto cariavacado, tenía más cuernos que trapío. Fue como la carne de pescuezo: genio en el caballo, cortó viaje en banderillas y, frenado y mirón, encogido sin descolgar, arreó estopa al revolverse. No tenía celo, como los toros defensivos. Procedía aliñar y no otra cosa, pero se puso de parte del toro gente como para volcar el ambiente en contra de Rafaelillo, que anduvo listo y con supina habilidad acertó a meter la mano y la espada.

El quinto, cárdeno nevado, acapachado, badanudo, no tuvo tanta fuerza como los que se habían corrido por delante, se escupió del caballo sin emplearse y tuvo en la muleta cortos viajes y corta vida. Cuando se apagó, protestó. Fernando Robleño, que llevaba haciéndose querer toda la tarde, se puso y expuso, trató de tirar del toro y le consintió y, cuando no hubo más que rascar, se lució en cuatro espléndidos muletazos de castigo y horma de pitón a pitón y, por tanto, de torero bueno. Un pinchazo y una estocada de tanta puntería como arrojo.

Del año natural, con el 7 en el brazuelo, hubo, además del primero, dos toros: un segundo de rica estampa y un sexto sin cuello, alto de agujas, los pitones apuntados y muy afilados, algo zancudo. Ni uno ni otro dieron gloria. El segundo barbeó tablas de salida, se blandeó en el caballo, escarbó, se coló con descaro por las dos manos, por las dos se quedaba y se acabó yendo rajado a las tablas. Robleño lo templó de capa en el recibo con lances mecidos y ajustados, preciosa una larga revolada en el remate. Y faenó sin desmayo en trabajo de entrega desaconsejada por los derrotes del toro, tan violento. Una estocada defectuosa dejó tullido al toro de una mano. Listo y fino el puntillero Juan Cantora para por detrás primero y por delante después dar un difícil cachetazo. Las manos por delante, el sexto punteó, cobró, sangró y cabeceó en tres varas que lo molieron, se dolió en banderillas y se aburrió después. Le costó sujetarse a Alberto Aguilar. La muleta retrasada, los pies ligeros, imposible.