EL GLAMOUR DEL HOMBRE TRANQUILO
Actualizado: GuardarGary Cooper fue un actor con vitola de héroe, pero de espíritu pacífico y raíces cotidianas, obligado casi siempre por las circunstancias a enfrentarse a desafíos extremos, a enemigos irreconciliables, a villanos a machamartillo, con una simplicidad y una dignidad, capaces de provocar la admiración de todo el mundo. Un comediante todoterreno, dispuesto a saltar de un género a otro con habilidad de virtuoso, impulsado por una humildad, una verdad y una humanidad, que trascendían a los personajes que encarnaba, para convertirse por derecho propio en uno de los más grandes mitos de Hollywood.
Dirigido por algunos de los mejores realizadores de la historia del cine, incluidos Joseph von Sternberg, Ernst Lubitsch, Cecil B. DeMille, Frank Capra, Howard Hawks, Raoul Walsh, King Vidor, Frank Borzage, William Wellman, Anthony Mann, Billy Wilder, Fred Zinnemann o Henry Hathaway, su filmografía se enriquece con títulos del calibre de 'Marruecos', 'El virginiano', 'Adiós a las armas', 'La octava mujer de Barba Azul', 'Tres lanceros bengalíes', 'Beau Geste', 'El sargento York', 'Por quién doblan las campanas', 'Tambores lejanos', 'El hombre del Oeste', 'Veracruz' y 'Ariane'.
Pero 'Coop' era un actor y un ser humano de espíritu guasón, oculto bajo su apariencia de honrado americano medio. Poseía, además, una virilidad tierna que se le escapaba por los ojos chispeantes y la irresistible sonrisa. Un artista y un ser humano, en el cine y fuera de él, casi siempre bueno, uno que buscaba la justicia sobre todas las cosas, como el protagonista que bordó en la oscarizada 'Solo ante el peligro'. Su imagen física se apoyaba en un delicado entretejido de bondad, nobleza de sentimientos, capacidad para erigirse en protector, defensor de valores sólidos y un encanto personal cuyo principal componente era la suavidad y el enamoramiento digno. Sin embargo, tenía al final de su vida una sonrisa pícara y el continente engañosamente apacible. Circunstancias que, unidas a su tardía conversión al catolicismo, hicieron que en España se diera predominio a su imagen de feliz hombre casado y amante del orden. Aun así, quienes le vieron en 'Una mujer para dos', guardaron para siempre el impacto de su picardía, de su afilada malicia, pendiendo en todo instante como una peligrosa espada de Damocles sobre el cliché del americano tranquilo, de sheriff honesto y de 'cowboy' justiciero.
Sintiéndose Juan Nadie, ofreciendo amistosa persuasión o enamorando a la exquisita Audrey Hepburn, había en él una suerte de halo equívoco, que provenía sin duda de su fascinante personalidad. Porque Gary Cooper tenía auténtico glamour: estaba en la comisura de sus labios que se alzaban con ironía, en la mirada que le brillaba súbitamente procaz, en las arrugas hondas, sabias, que se le fueron afianzando con el paso de los años, y que hablaban de ocultas juergas y de tumultuosos escarceos sentimentales (sobre todo con la actriz Patricia Neal), de piernas entrelazadas bajo la mesa convencionalmente dispuesta para el almuerzo.
Porte, sonrisa, ojos y arrugas que continuaron emanando sus ondas eróticas incluso cuando le fotografiaron junto al Papa Pío XII: impertérritamente cautivadores, pese al hecho de haber topado con la Iglesia. Gary Cooper fue, en todo caso, una leyenda del mal llamado 'séptimo arte' que, por encima de todo, atesoraba la dignidad de alguien que continuaba buscando, porque sabía que moverse es mejor que quedarse quieto, aunque sólo sirva para descubrir verdades que acaban por herir.