Los bicentenarios y el futuro de IberoaméricaXxsxsxsxlllsxsxsxsx xsxsxsxsxsxsxsx
SECRETARIO GENERAL IBEROAMERICANO Actualizado: GuardarA estas alturas, tanto en LA VOZ como en otros medios de comunicación locales y nacionales se ha escrito, radiado y televisado mucha información sobre el Bicentenario de La Pepa, que se va a conmemorar (digamos, mejor, celebrar) el año que viene, 2012.
Pero quizá se ha explicado menos ese gran fenómeno que se produjo al otro lado del Atlántico mientras las Cortes de Cádiz se reunían en 1810. Me refiero, claro está, al proceso de las independencias de América Latina; proceso que tuvo, precisamente en el año 1810, su momento más definitivo, más histórico.
Aquellas emancipaciones constituyeron los actos fundacionales de las nuevas Repúblicas latinoamericanas. Su conmemoración es, por tanto, latinoamericana. Pero celebremos desde ya que las exmetrópolis, en un acto de madurez política, hayan decidido acompañar este proceso.
Para situarnos en la actualidad, recordemos que la conmemoración de los bicentenarios acontece en un momento especial de América Latina. Esta región ha vivido un sexenio (2002-2008) de fuerte recuperación económica y social, fruto de un manejo más afinado de las políticas macroeconómicas, de un comportamiento excepcional de los precios de las materias primas, del acceso a fuentes de crédito abundantes y de un incremento sustancial de las inversiones extranjeras. Por eso América Latina ha capeado bastante bien el temporal de la crisis, aún cuando siga padeciendo muchos déficits sociales: grandes bolsas de pobreza, tremendas desigualdades y fuertes exclusiones, especialmente de origen étnico, como las que sufren las comunidades indígenas y afrodescendientes.
Frente a esta realidad, nos no cabe sino pensar más en el futuro que en el pasado. Porque la conmemoración de los bicentenarios de las Independencias latinoamericanas nos presenta grandes oportunidades. Oportunidades para cooperar en campos tales como la formación de los recursos humanos, la investigación científica y técnica, el intercambio de experiencias de cohesión social, y la complementación económica entre empresas públicas y privadas a través de las corrientes de inversión y del comercio.
La conmemoración de los bicentenarios puede ser, también, un paso más en la vertebración de lo que hemos dado en llamar el 'Espacio Iberoamericano', integrado por países unidos por las dos lenguas mayoritarias, el español y el portugués. Somos, no olvidemos, una gran comunidad Iberoamericana formada por 22 naciones: España, Portugal y Andorra en la península Ibérica, y 19 países en América Latina.
Nos unen lenguas y valores comunes. Nos une básicamente la misma cosmovisión del mundo. Nos unen raíces que han ido creciendo durante centenares de años. Nos une la cultura. Y nos unen también, cómo no, intereses comerciales. Lo saben bien aquellos empresarios españoles que invirtieron con valentía en América Latina durante los inciertos años 90 y que hoy, en plena crisis, han podido salvar los balances de sus empresas con lo ganado al otro lado del Atlántico.
Como soy uruguayo nacido en Asturias, no sólo siento bien las dos orillas sino que estoy convencido de que América Latina es crucial para el futuro de España. Y América Latina también va a jugar un gran papel como socio estratégico a la hora de abordar asuntos tan urgentes para el mundo como la crisis económica y financiera, el cambio climático, la protección de la biodiversidad, la gobernabilidad de las migraciones, el combate al crimen organizado, la energía o los grandes equilibrios globales.
Seguramente, esta década permitirá irnos acercando a la consolidación de un nuevo orden con nuevos actores, reglas e instituciones. Este nuevo orden exige que los Estados cooperen entre sí con mayor intensidad que en otras épocas. En la gestión de la presente crisis, la clave sigue estando en la capacidad de los Gobiernos para acordar políticas compartidas.
La creciente presencia de nuevos actores, como empresas, sindicatos, universidades, organizaciones no gubernamentales y otros grupos sociales, hace que sea necesario concertar múltiples intereses y disponer de instituciones que cuenten con el apoyo de toda la sociedad.
Y, en fin, para afrontar esta creciente complejidad; para incorporar a los grupos hasta ahora excluidos de los procesos de decisión, Iberoamérica tiene que dejar de aplicar parámetros obsoletos a realidades distintas y no temer ni a las ideas nuevas ni a las caras nuevas. Al fin y al cabo, y como siempre dice el maestro Carlos Fuentes, «llevamos 500 años reinventándonos».