Sociedad

BUCKLEBURY

El pueblo de la novia

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En Bucklebury, un pueblo de 2.000 habitantes a 80 kilómetros de Londres, se han acostumbrado ya a las cámaras. De allí es Kate Middleton, allí se crió y allí viven sus padres, y su amorío y posterior compromiso con el príncipe Guillermo ha propiciado que fotógrafos de prensa y equipos de televisión hayan deslucido el antiguo bucolismo. Reino Unido sigue con auténtica obsesión los movimientos de la novia -hasta sabemos que, en una de sus últimas rutas de tiendas, compró un sujetador y una braga de encaje color malva-, y Bucklebury se ha convertido en uno de los puestos de caza habituales de los tabloides y las revistas del corazón.

Estos días, Bucklebury parece directamente un plató, con enviados de cadenas estadounidenses o alemanas haciendo cola para interrogar a los paisanos de Kate. El carnicero, Martin Fidler, con su mandil a rayas rojas y blancas, se ha convertido en una de las presas más codiciadas, porque pertenece a ese puñado de lugareños invitados a la boda por los Middleton: «Estamos un poco nerviosos por toda la gente nueva a la que nos vamos a encontrar y los miles de personas en Londres, pero a la vez muy emocionados», explicaba esta semana, mientras seguía sirviendo salchichas y pasteles de carne. También estarán hoy en Londres el cartero y el tendero, Hash Shingadia, con su chaqué alquilado: «Nunca, ni en mis fantasías más salvajes, soñé que asistiría a una boda real», ha declarado. Otro invitado de la comarca es el propietario de La Vieja Bota, el pub de la localidad vecina, donde Kate y Guillermo pasaron algunas veladas. Se llama John Haley y no parece un tipo fácil de amilanar: «No me afecta estar rodeado de reyes y reinas de otros países -ha dicho-. Aquí vienen personas conocidas».

Los demás residentes de Bucklebury se preparan para celebrar la boda sin salir del pueblo, pero «con estilo», según apunta el Ayuntamiento. Las calles llevan días decoradas con banderas y, durante la jornada de hoy, habrá música, juegos infantiles, rifas, cerdo asado, brindis, tarta de boda y, seguramente, miles de forasteros en busca de esas virutas de celebridad que se quedan pegadas en quienes han tratado a un famoso.