CASH
Actualizado: GuardarCada vez con más frecuencia me cruzo por la calle con personas que van tirando de un carro de supermercado rebosante y que no vienen precisamente de la compra. Son un tipo de mendigos de nueva generación, vagabundos de esta sociedad gravemente enferma de consumo, donde hasta los pobres «sin cash», como diría Lomana, parecen sentir compulsivamente la necesidad de acumular objetos (si no comprados, extraídos de nuestra opulenta basura). Incluso he llegado a pensar que la pobreza a este lado del mundo ya no radica en tener pocas cosas, sino en poseer un montón pero carecer de un sitio donde guardarlas. De ahí que veamos a tanta gente arrastrando su pesada carga por las aceras (qué gran metáfora por cierto de la esclavitud en la que vive sumido el consumista, o sea, casi todos nosotros). Antes, al pobre se le representaba ligero de equipaje, con una pequeña maleta de cartón o, peor aún, con un minúsculo hatillo al hombro. Ahora, en cambio, hay que buscarlo casi con lupa entre una montaña de bolsas de plástico donde supuestamente almacena esas abundantes y seguramente inútiles pero para él imprescindibles posesiones que le restan libertad de movimientos, justo uno de los pocos lujos que supuestamente comporta el vivir fuera del sistema. «No es más rico el que más tiene sino el que menos necesita», canturrea una voz en off en el spot de una marca sueca de muebles, que paradójicamente nos está invitando a consumir sus productos... Esa filosfía no es nueva y encierra una gran verdad, pero seguro que al que va tirando día y noche del carro del super le suena tan a chino como a la mayoría de nosotros un plano para armar un mueble de Ikea. En el otro extremo, aunque los extremos se tocan, tanto o más que los extremeños, está ese exclusivo club de idiotas capaces de pagar 500 euros solo para que les aparezca la foto de un diamante en la pantalla del móvil, y de paso demostrar que son lo suficientemente ricos como para tirar el dinero. Otra forma de vivir rodeados de miseria.