«Liberar a Libia de Gadafi» merece el riesgo de naufragio
Rebeldes desafían la embravecida mar a bordo de un pesquero para llevar comida y armas a Misrata y combatir al dictador
MISRATA. Actualizado: GuardarEs muy embarazoso subirse a un barco lleno de combatientes rebeldes con 39 horas de navegación por delante hasta Misrata y que uno de ellos mencione en voz alta que a los suyos los está matando Gadafi con bombas de fabricación española. Apenas hablan una palabra que no sea árabe pero Omar se esfuerza para hacerse entender nítidamente en inglés «Spain» y «2007». El año en que el Gobierno vendió a Libia las bombas de racimo disparadas hace diez días sobre Misrata. Y Omar explica con ayuda de otro que chapurrea italiano que tiene allí dos hermanas, no sabe si vivas o muertas, y que va a ir a buscarlas nada mas llegar, antes de lanzarse a las calles a luchar contra «los mercenarios» leales al dictador.
La mitad de los treinta jóvenes libios embarcados para ir a pelear a esa ciudad, el frente más feroz de esta guerra, también tienen la misión de saber qué ha sido de sus familiares. Perdieron la comunicación hace semanas.
El 'Ahdar' en el que viajamos es un pesquero vetusto, lento y pequeño, tan a merced de las olas que cuesta mantenerse en pie desde que salimos del puerto de Bengasi, el viernes a las seis y media de la tarde. La primera noche la mar golpeó con tal saña que fue necesario arrojar desde la popa medio inundada parte de la carga, compuesta sobre todo por patatas y armas. Son armas sacadas de los arsenales capturados al régimen para utilizar ahora en la guerra urbana de Misrata. Y chalecos baratos antifragmento, y toneladas de munición.
Las víctimas de la zozobra nocturna fueron, naturalmente, 1.500 kilos de tubérculos que acabaron en la mar y, en otra medida, los muchachos que terminaron empapados, vomitando. Pero aquí nadie se queja. Van a «liberar a Libia de Gadafi», y algunos como Othman D. -con 28 años ha dejado su esposa y su vida en Noruega para venir a luchar- juran que no abandonarán Misrata hasta conseguirlo. Aunque partimos de Bengasi al grito de «Allah uk Akbar» (Alá es el más grande) y muchos de ellos lucen barbas a la islámica, nadie reza en todo el viaje.
Y entonces, en el vacío de estas horas de vigilia previas a su entrada en la batalla surgen las historias de 42 años de tragedias sufridas casi a puerta cerrada con Gadafi. «¿Ustedes no veían en Europa los ahorcamientos... cuando ese enfermo mandaba colgar a uno y ponía delante a sus padres?», pregunta Ramadán, un maestro padre de un hijo. Pero hasta los crímenes, las torturas y las desapariciones de cuatro décadas palidecen al lado de las penalidades que se cuentan de Misrata.
«Los nuestros han cogido a casi dos mil mercenarios de Chad, de Mali, de Colombia, de Serbia. ¿Qué llevan en los bolsillos? dinero, 1.000 o 10.000 dólares que les ha pagado Gadafi dependiendo si son o no de élite... Y viagra, de la más fuerte, para violar a las mujeres... a las niñas», añade El Ghasah, patrón del barco.
En las horas eternas y pesadas de travesía del pesquero renqueante, los muchachos devenidos en combatientes agachan la cabeza y callan.