Carlos García bajo la torre de la ermita. :: C. C.
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El ermitaño del terremoto de Japón

Llegó al país nipón pocas horas antes del seísmo para visitar a su hijo y sintió como el suelo temblaba bajo sus pies en Tokio. Carlos García vive en la ermita de los Santos Mártires pero sufrió el desastre del tsunami

MEDINA Actualizado: Guardar
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La ermita Visigoda de los Santos Mártires tiene muchas particularidades. Entre ellas ser uno de los patrimonios religiosos más importantes de Andalucía, también uno de los más escondidos, a la falda de Medina y sin ninguna señalización o acceso adecuado para su visita. Sin embargo la más llamativa es que en ella reside Carlos García, un ermitaño que tras años trabajando como aparejador decidió dedicarse a la vida contemplativa, a la oración y alejado del mundo.

Lo que no significa que haya roto sus lazos con él, y menos con parte de lo que dejó cuando llevaba una vida normal alejada de la austeridad y la soledad. Precisamente el pasado mes de marzo cogió un avión para dirigirse a Japón, país en el que vive uno de sus dos hijos. Aterrizó en el aeropuerto de Narita de Tokio a las ocho y media de la mañana del día 11 del mes pasado. Horas después legaba su hijo para recogerlo e irse juntos a comer.

Al terminar, pusieron rumbo hacia la estación de tren de Shinguku donde esperaban poner rumbo hacia la casa de su hijo en la prefectura (allí no existen provincias) de Kobuchizawua, donde le esperaban sus cinco nietos. Pero minutos después de pisar la calle, tras comer en la planta 14 de un rascacielos, su hijo le dijo que mirara a unas mesas que se movían lentamente, avisando de que se iba a producir un terremoto.

«Se pasa miedo, mucho miedo. Allí están acostumbrados a los seísmos y mi hijo me lo dijo como algo normal, pero cuando la tierra empezó a temblar de esa forma el pánico se apoderó de prácticamente todo el mundo, que no dudo en tirarse al suelo por la dificultad de estar de pie. Esos cinco minutos se hicieron interminables y todos nos dimos cuenta de que lo que había pasado era algo grave». No se había equivocado ya que media hora después el tsunami arrasaba con todo cuanto veía a su paso y la tragedia se cernía en el país nipón.

Ajeno a lo que pasaba, ya que en Tokio el temblor tan solo dejó desperfectos, aunque alguno de consideración, Carlos se dirigía con su hijo, esta vez con más premura en dirección a una estación de la que no salía ningún tren a la espera de las órdenes de los superiores. «Decidimos acudir a la estación de tren, pero tampoco hubo suerte y a las siete de la tarde se confirmó que no se podía salir de Tokio por ningún transporte público. La espera la hicimos en una cafetería pendiente a la televisión y viendo todas esas imágenes monstruosas del poder de la naturaleza».

Ni una sola plaza de hotel y finalmente tanto él como su hijo fueron acogidos por unos amigos. Hasta las siete de la tarde del siguiente día no pudieron reunirse con la familia. «Es un pueblo que ha sufrido mucho y que sabe levantarse por todas las veces que ha caído. Es impresionante ver cómo se comportan. Afortunadamente mi hijo vive al extremo de todo lo que ocurrió y ya allí desconectamos algo, porque era para volverse loco».

Aunque las réplicas no daban pie a la tranquilidad y a los cuatro días volvió a sentirse un gran movimiento que asustó sus nietos. «Vinieron corriendo desde sus cuartos hasta dónde estábamos nosotros. Fueron momentos muy difíciles. Además teníamos cortes de luz de cuatro horas para poder suministrar a Tokio».

La central se convirtió en la principal preocupación del país y también de Carlos y su familia si bien desde una distancia prudencial contemplaban todo lo que ocurría. «Resulta curioso porque es un país que precisa de mucha energía y de hecho se están construyendo muchas centrales nucleares y ahora hay un gran dilema, porque como digo es un país que necesita mucha energía».

Hace pocos días Carlos regresó a la soledad de su ermita y dejó atrás a la familia con la preocupación de que ocurra algo y pendiente de las noticias. Una experiencia difícil de asimilar pero de la que salió sin ningún percance.