Freud, en una imagen tomada en 1921. :: AP
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Freud, en el diván

El filósofo francés Michel Onfray describe al médico vienés como un doctor negligente y un hombre ávido de entrar en la Historia Una biografía despoja al padre del psicoanálisis de su aura mítica

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Jorge Luis Borges decía que el psicoanálisis era una rama de la literatura fantástica. El filósofo francés Michel Onfray llega a una conclusión parecida en su libro 'Freud. El crepúsculo de un ídolo' (Taurus). Lo hace con una sólida argumentación basada en la relectura de sus obras y en el discernimiento crítico de los impugnadores de las teorías freudianas. La obra ofrece un retrato nada amable sobre Sigmund Freud, cuyas cartas reflejan a un hombre angustiado, errante, codicioso, ingenuo, fóbico y cocainómano, obsesionado en conseguir fama y riqueza. El libro ataca el papanatismo existente en torno a Freud, al que Michel Onfray pinta como un médico negligente y un científico tramposo.

Una de las primeras cosas que llama la atención de Onfray es el empeño del vienés en labrarse pronto una reputación universal. Poco antes de cumplir los 29 años quemó todos sus diarios, notas y correspondencia con el fin de borrar huellas y hacer más difícil el trabajo de sus biógrafos. El propio Freud confesó a su prometida y futura esposa, Martha Bernays, esa labor incendiaria. Por causas que cabe a atribuir a la vanidad, el padre del psicoanálisis no quería dejar pruebas de su naturaleza humana. Para el pensador francés, Freud albergaba la ilusión desde muy joven de asombrar al mundo con sus descubrimientos, aunque todavía ignoraba con qué tesis podría estremecer a la humanidad.

El autor, cuya obra desmitificadora le ha valido el odio y el insulto de los discípulos de Freud, no se anda con zarandajas. «El psicoanálisis es una disciplina que pertenece al ámbito de la psicología literaria, procede de la autobiografía de su inventor y funciona a las mil maravillas para comprenderlo a él y solo a él», aduce Onfray. A juicio del filósofo, Sigmund Freud elevó a la categoría de verdades irrefutables sancionadas por la ciencia obsesiones propias. En una carta a su amigo Silberstein, un Freud adolescente revela el amor platónico que abrigaba hacia una niña de 13 años y aduce que si está enamorado de la madre de la joven es porque tiene la edad de ser su propia madre. Esta experiencia, personal y subjetiva, se convierte en verdad universal en 'Tótem y tabú'. «Digámoslo otro manera: las relaciones concretas que mantenía con el sexo femenino fueron por lo menos tortuosas», escribe el biógrafo. Razones no le faltan a Michel Onfray para sostener una aseveración tan categórica. «Freud sintió durante toda la vida atracción sexual por su madre, al punto de extrapolar una teoría general del complejo de Edipo; se casó con una joven mientras cortejaba a la hermana; fue amante de su cuñada a lo largo de su existencia (.) y psicoanalizó a la amante de su hija y a los hijos de la amante», argumenta el autor.

«Cocainómano depresivo»

Onfray desmonta el mito de Freud, al que tacha de misógino, falócrata, homófobo, falsario y de crear una religión secular con discípulos organizados en una estructura jerárquica y piramidal. Una de las peores acusaciones que lanza Onfray contra Freud es la de «cocainómano depresivo». El médico empleó esta droga «para darse ánimos en las veladas mundanas», como euforizante sexual y como medio para curar a su amigo Fleischl-Marxov de su adicción a la morfina. Una empresa en la que fracasó. Freud no admitió su error sino que destruyó las pruebas de esta osada aventura, y 'Über coca' [Sobre la cocaína] desapareció hábilmente de su bibliografía.

Frente a la obstinación del padre del psicoanálisis de no citar sus fuentes, como si su pensamiento fuera absolutamente original y procedente de una verdad revelada, Onfray subraya que Sigmund Freud es hijo de su tiempo y recibe las influencias de Nietzsche y Schopenhauer para alumbrar una obra de sesgo nihilista.

El libro muestra las contradicciones personales del descubridor del inconsciente. Por un lado se declara ateo y se casa por lo civil, pero al día siguiente pide la celebración de una ceremonia religiosa. Practica la electroterapia, pero al mismo tiempo abraza la hipnosis porque con ella su consulta rebosa de pacientes. En un hombre tan preocupado como Freud por dotar a su obra de un carácter científico, sorprende que recurriera a la técnica de la imposición de manos y de la presión sobre el rostro.