Editorial

Dudas sobre la misión en Libia

Urge mejorar la situación militar para evitar que se empantane el conflicto

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El Gobierno obtuvo ayer del Parlamento la reglamentaria prórroga por dos meses de la misión militar española en Libia. Además se aprobó la ampliación de sus «cometidos» ante la eventualidad de que la ONU pueda solicitar «acciones de ayuda humanitaria». La aprobación se logró holgadamente, como estaba previsto conociendo los puntos de vista de los partidos, pero sin la menor prueba de entusiasmo ni del Ejecutivo ni de la oposición, tanto del Partido Popular como de las formaciones nacionalistas. Una atmósfera de dudas e incertidumbre, por lo demás, muy parecida a la que se registra en otras latitudes europeas, donde el humor de los Parlamentos como de la ciudadanía es semejante. El diagnóstico y un resumen político y diplomático de lo que sucede allí lo había hecho en otra sede y ante los diplomáticos españoles acreditados en el mundo árabe la ministra de Asuntos Exteriores, Trinidad Jiménez, en presencia de su colega de Defensa, Carme Chacón, y de la plana mayor de ambos ministerios: «Solo puede haber una solución política al conflicto», dijo, aunque descartó la continuidad en el poder de Gadafi o sus hijos en tal hipótesis negociadora, sin clara posibilidad de ponerla en marcha a corto plazo. Es sabido que tal es la opinión del trío Obama-Sarkozy-Cameron expresada conjuntamente por la vía poco habitual entre líderes políticos de un artículo periodístico. Sobre el terreno se registra un inquietante punto muerto que Londres y París, motores de la intervención en su día ante el deliberado perfil bajo adoptado por Washington, desean romper. Ayer trascendió que asesores militares podrían entrar en el país para proteger la evacuación de heridos y otras misiones en ayuda de los opositores, sin precisiones, mientras acecha el peligro de un estancamiento entre la reticencia creciente de la opinión pública. Es urgente acotarlo, lo que solo será posible mejorando la situación militar de los insurgentes y poniendo al régimen contra las cuerdas para que, en efecto, acepte un fin dialogado del drama. Un escenario poco previsible a día de hoy.