Víctor Puerto, con su primero de la tarde. :: EFE
Sociedad

Importante, casi heroico Serafín Marín

Tarde muy relevante del torero de Montcada: caro con el capote, muletero templado, estoqueador soberbio y entereza sobresaliente

MADRID. Actualizado: Guardar
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La corrida de inauguración en Madrid tuvo un triunfador de fondo -Serafín Marín, «importante», como se dice entre taurinos- y dos inesperados protagonistas: dos sobreros de raro trapío. Un quinto bis del hierro portugués de Canas Vigouroux, cinqueño cumplido, jabonero -hay un semental de Cuvillo en la base de la ganadería y la pinta, no tanto las hechuras, lo denunciaba- que buscó las puertas, arrolló, se escupió del caballo y de repente, cobrado ya el segundo puyazo, se derrumbó como hendido por el rayo. Se resistió el palco, se aconchó en tablas el toro y volvió a rodar desmadejado tras el segundo par. Y entonces lo devolvieron. La tropa de Florito hizo una exhibición. El toro se llevó para el otro barrio tres lances de rico temple de Serafín. Nada fáciles porque el toro, la cara arriba, se vino topando y no embistiendo.

El quinto de sorteo, el más hondo de los seis titulares de Camacho, había sido devuelto por derrumbarse, pero también con ése, mole fantástica de 610 kilos, Serafín toreó a la verónica de salida y fuera de las rayas con muy lindo compás, y más de lo que se dejó el toro, que, prontas pero cortas arrancadas, no tuvo el famoso «tranco de más» de la sangre Núñez sino justo lo contrario. Las manos altas, los brazos sueltos, compuesta suavemente la figura, Serafín dibujó una madeja de lances en línea que lo confirman como capotero de calidad. El segundo sobrero, un graciliano del hierro de Mauricio Soler -nieto del que fue gran ganadero sevillano José Escobar-, tuvo monstruosa estampa. Gigantesco: casi 700 kilos.

Badanudo, de muy frondoso escapulario, con polvo de pólenes por la piel toda. Se soltó sin divisa y parecía mayor de lo que era.

Corraleado, tal vez el decano de los pupilos que se esconden en los cerrados de Madrid, se emplazó de salida, olisqueó y, aunque no escarbó, volvió grupas asustado. A plaza tomada, sin embargo. Daba mucho miedo.

Para entonces Serafín Marín ya había salido a recibir con llamativa entereza tres toros : el de los lances tan bellos, el jabonero de Vigouroux y el segundo de corrida, que, escalofriantemente astifino, fue, por delante, el más serio de los seis de Camacho. No le asustó el desafío al torero de Moncada, que había tumbado de estocada extraordinaria ese primero de lote tan armado y, luego, deslucido por aplomado. Pero de los de tragar paquete: embestidas regañadas, rebrincadas. Cite de largo muy comprometido. Buena trama.

La salida para fijar al sexto aguantándole en chiqueros cuatro descompuestas arrancadas tuvo, por tanto, memorable acento.