PRIMAVERA TRISTE
Actualizado: GuardarAjena a la soflama, la muchacha se diría que pide pasar inadvertida entre las sombras. Su atuendo despierta la imagen ideal de la Grecia antigua y montaraz que atesora algún lugar de nuestra memoria: pelo semirecogido, ceñido de guirnalda floral, torso desnudo, faldilla de túnica corta, felicidad de pies descalzos. Su ademán contrasta con su gesto: como la Flora feliz de Botticelli, hunde su mano entre las flores que llenan su regazo en actitud de llenar de ellas el mundo; sin embargo la muchacha está triste; lo afirma su entrecejo, sus labios abatidos, su cabeza inclinada, su paso desmayado.
El ceño de la alegoría de la Primavera que, junto a las de las otras tres estaciones del año, adorna la plaza de Candelaria, nos hace pensar en otro tiempo; seguramente la época más próspera de la Roma antigua se corresponde con el largo principado de Adriano; y a pesar de ello, acaso a causa de la propia abundancia, fue un tiempo de desmotivación y melancolía, recogidas magníficamente en el bello semblante del desventurado Antínoo que repitió el mármol a lo largo y lo ancho del Imperio. Análogamente, la segunda mitad del XIX, a la que seguramente remonta la escultura, marca la cima del esplendor urbano de Cádiz y fija el aire de nuestro irrepetible casco histórico-artístico, que hoy nos enriquece con un enigma: ¿cuál es el manantial del que fluye la tristeza que ensombrece el semblante de la Primavera?