CARTAS A LA DIRECTORA

«Le crucificaron»

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De forma tan concisa nos describe el evangelista la ejecución de Jesús de Nazaret (Marcos 15,24). En estos días que nos disponemos a conmemorar aquellos acontecimientos, resulta obligado dedicarles una reflexión.

De sobra es conocido por todos el terrible suplicio que los romanos reservaban a los esclavos y a los rebeldes políticos, la más cruel que se aplicaba en aquella época y a la que fue sometido Jesucristo. Dados por conocidos los dolores físicos que debió soportar el Señor, vamos a dedicar nuestro análisis a otro aspecto de revelante importancia y que suele pasar desapercibido, me refiero al dolor moral de Jesús.

Tras el entusiasmo y la aclamación de los peregrinos, sobre todo los llegados desde Galilea (Domingo de Ramos), el Nazareno iba quedando poco a poco abandonado, su acompañamiento se reducía ya a sus discípulos, incluso estos lo habían dejado. Compareció solo ante el Sanedrín. Pero en horas se fue ampliando la escena y aparece un inmenso tribunal en el que nadie se atrevía a tomar decisiones: Judas devuelve las monedas, el sanedrín no quiere asumir responsabilidades, tampoco Pilato. La escena adquiere una dimensión dramática, el lavatorio de las manos del gobernador y la respuesta del pueblo. «Nosotros y nuestros hijos respondemos de su sangre». (Mateo 19, 24 y 25). Pilato rehúsa la responsabilidad por la muerte de Jesús. El pueblo declara asumirla. Todo un proceso público para eludir responsabilidades personales. ¿Quién convocó al pueblo ante el palacio del gobernador? ¿Quién difundió la noticia para que todos gritasen ¡Crucifícale!? ¿Dónde estaban sus discípulos? ¿Dónde estaríamos nosotros?

Para terminar esta reflexión tenemos que preguntarnos: ¿Por qué murió Jesús? Pueden buscarse muchas respuestas a este interrogante pero todas coinciden en un solo punto: Murió por fidelidad a un ideal, por coherencia con su mensaje, por mantenerse fiel a su principio: Liberar al hombre de la opresión humana». La gran revolución que Jesucristo nos ofrece se sustenta en dos pilares básicos; para Él, la vida ya la muerte no son dos realidades antagónicas sino que quedan perfectamente armonizadas por su ideal. Vivió, obró, enseñó y murió por la misma causa

. Todo su programa liberador está plasmado en el mensaje evangélico, en el que lo podemos distinguir como la revelación amorosa de Dios transformada en hombre; su vida conlleva el dinamismo del amor. Introduce en la esfera existencial un valor hasta entonces inexplorado, jamás la humanidad se había enfrentado a la injusticia esgrimiendo criterios de amor.