El chorizo, junto a un policía.
Jerez

La mujer de Jesulín se derrumba, entre lágrimas y abrazos a su madre

La presión del juicio y el cansancio hacen mella en la acusada, a la que además de insultos le tiraron ayer un chorizo

CÁDIZ. Actualizado: Guardar
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«¡Mucho ánimo!», gritó ayer desde dentro del juzgado una funcionaria judicial, justo antes de que María José Campanario, la mujer de Jesulín de Ubrique, saliera por la puerta de la Audiencia Provincial con su marido y su madre, al término de la sesión judicial.

En los pasillos, entre recesos y esperas, la acusada más mediática de la 'operación Karlos' ha llegado a hacer migas con algunos trabajadores del Palacio Judicial y ayer, a María José, le hacían falta aquellos ánimos. Sin duda, la presión del juicio, sumada a la de los medios y los gritos de la calle, han hecho mella en la acusada, que ayer no pudo reprimir las lágrimas cuando salió de la sala de vistas. Quizá veía la espada de Damocles de la condena mucho más clara que antes, ahora que el tribunal no anulaba las escuchas y no archivaba el caso.

Después de conocer la decisión judicial, María José Campanario se abrazó con su madre en un sentido gesto de apoyo mutuo, muy distinto a los besos y abrazos de cariño y complicidad que días antes intercambió con su marido Jesús en los pasillos del edificio de la Cuesta de las Calesas.

Si los dos primeros días del juicio, Campanario se mostró animosa y bastante sonriente, ayer su rostro era una viva imagen del cansancio, acentuado por la toca de lana que vestía sobre sus hombros y una insistente tos, que la molestaba antes de entrar en el juicio.

Hasta el fiscal le da ánimos

Ayer, hasta el fiscal se acercó en los pasillos a la famosa pareja Janeiro-Campanario, para aclararles que, aparte de que crea que son culpables o no, reconocía lo duro que puede ser el proceso y lamentó el triste espectáculo de la calle y el juicio paralelo de los programas del corazón. «Yo le he visto torear», le confesó Juan Bosco a Jesulín de Ubrique. Y Campanario le contestó: «A ver si nos conocemos en otras circunstancias».

Por la mañana, cuando entraron Campanario, su marido y su madre en la Audiencia a las nueve de la mañana no los esperaba más que unas cuantas cámaras y periodistas. Pero se presentaron muchas menos alcachofas del corazón, y no hubo ni insultos, ni curiosos.

Sin embargo, a la salida, antes de comer, los gritos y los insultos volvieron a apelotonarse en las vallas dispuestas en la entrada de la Audiencia, en las gargantas de una horda de gaditanos -la mayoría, jóvenes con ganas de salir por la tele y mujeres defensoras de Belén Esteban- que llegaron a golpear el coche en el que se marchaban. Esta vez no solo la llamaron «¡choriza!». Además, para ilustrarlo y ridiculizarla, uno de los que se desgañitaba le arrojó, arropado por el anonimato del grupo, un pequeño trozo del embutido rojo. Nadie fue detenido por este ataque, que por suerte fue más ridículo que peligroso. El colmo del linchamiento público.