EL CANDELABRO

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Ayer asistí a un pase de prensa de 'Águila Roja. La película'. No había seguido la serie, así que poco o nada sabía de esa especie de Robin Hood mesetario que por lo visto tan buenas audiencias ha cosechado en la televisión pública. Enseguida, sin embargo, pude forjarme una idea del perfil del superhéroe: sacrificado, bueno con causa, justiciero, pelín paternalista, agnóstico pero amante de su prójimo, cercano al pueblo pero fiel vasallo del rey, curtidísimo en mil refriegas, casi capaz de obrar milagros y, para remate, adscrito al rojo. Como que por un momento temí que se quitara la máscara y apareciera debajo Rubalcaba, o en su defecto (habría quedado más efectista y políticamente correcto), una mujer con el rostro de Carme Chacón. No fue así por supuesto. Y luego me pasé media película culpándome a mí misma por ver mensajes subliminales y paralelismos sociopolíticos en cada nuevo giro del argumento. Hasta que de pronto, uno que en la pantalla casi agonizaba de repente resucita y el público (gente de prensa, como yo), que hasta entonces había permanecido callado, estalló en sarcásticas carcajadas y silbidos. No es que no nos guste lo bonito, es que con la que llevamos encima ya no nos lo creemos, pensé abatida. Y de nuevo volví a culparme por traducir todo a la peliaguda coyuntura actual. Cuando de golpe un personaje de la ficción llama a filas a su gente al grito de «!Por la libertad, por el pueblo, por España!» y provoca de inmediato un incómodo recrujir en las butacas, algunos silbidillos aislados y envenenados aplausos. «Me siento orgulloso de ser español», insiste con acento de Getafe el susodicho. Y entonces sí: abucheos, pateos, silbidos... Al momento me sentí reconfortada, no por los abucheos contra la españolidad (no hay nada más español que no querer serlo) sino por ver que no era la única en reinterpretar la ficción. Y es que, como habrán imaginado ya, el pase de prensa al que asistí se proyectó en Barcelona. Un día después de la consulta soberanista y cinco antes del partido Madrid-Barça.