Rescates y despilfarro
Actualizado: GuardarHace unas semanas, andaba ya por otras tierras enrolado en cuestiones de congresos y ponencias. En una de las noches, y en la tertulia durante la cena, hablábamos con los compañeros portugueses de distintas cuestiones históricas del vecino país. Salieron a relucir el Rey Don Miguel, Oliveira Salazar. y como no, la amenaza del rescate, que entonces era sólo eso, amenaza. Alguno de los presentes, mas versado profesionalmente en temas de economía, se atrevió a pronosticar que el rescate no tendría lugar. Frente a él, los lusos daban por segura la medida tarde o temprano. Huelga decir que a la vista está que ganaron los lusos en su pronóstico. No me alegro por ellos, ni tampoco por el colega que falló su hipótesis. Pensaba entonces y pienso ahora en al abismo que separa dos épocas históricas de la historia de Portugal: de un lado, el salazarismo y Oliveira Salazar, que era economista, contando y anotando las ventas de huevos de su granja de gallinas, y de otro, los miles de millones de euros que costará el rescate del vecino que un día formó parte de la Corona de España. Del Portugal imperial, a éste en el que un tercio de los lusos no verían con mal ojo su incorporación a España. Todo ello me lleva a poner en negro sobre blanco algunas reflexiones deshilachadas pero convenientemente contrastadas: creo sinceramente que en este juego de la Europa de los mercaderes hemos estado jugando demasiado tiempo a gastar sobremanera, que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades, y que hemos hecho crecer entre todos un sistema y un modelo de vida despilfarrador y profundamente inmoral, donde aceptamos el juego del soborno, de las comisiones, de los sobres llenos de billetes de quinientos euros, del untar con la manteca de la corrupción las manos de los que han llegado a la política sin oler un langostino, y ahora te dan lecciones de donde y como saborear el mejor marisco. Un sistema así no aguanta demasiado tiempo, y tarde o temprano se comienza a necrosar. Y lo que es peor, transmite una imagen funesta a las nuevas generaciones, acostumbradas ya a la molicie, al dinero fácil, a no doblar el espinazo y a vivir del cuento, que debidamente institucionalizado se convierte en subvenciones oficiales. Eso por no hablar de la clase política, de los eres, de los trajes, los trajines y de lo que ustedes quieran. No se libra nadie. Esto es lo peor.