
Movimiento de apertura
Después de años encasillada en el tópico de 'disciplina minoritaria', la danza en Cádiz retoma el vuelo
Cádiz Actualizado: GuardarGenesia Kindelan se hizo un nombre en el Ballet Nacional de Cuba. Interpretó casi todos los roles, en el cuerpo de baile y como solista, del repertorio clásico: 'Giselle', 'El Lago de los Cisnes', 'Coppelia', 'Las Sílfides', 'Don Quijote', 'La Bella Durmiente'. Ha trabajado con los principales coreógrafos contemporáneos: Alberto Alonso, Iván Tenorio, Gustavo Herrera, Azari Plissetski, Atilo Labis, Víctor Biaggi, Brian Mac Donald, Michael Descombey y Antonio Gades. Ahora es profesora del Conservatorio Profesional de Danza en Cádiz. Como es viernes por la tarde, la mayoría de las clases, exceptuando las que se imparten en la primera planta, dan una imagen engañosa. El espejo de las aulas refleja las variaciones de un puñado de alumnas, muy jóvenes, que practican movimientos imposibles para el común de los mortales. Pero la realidad es otra. El director del centro, Antonio Sillero, al igual que el resto de los docentes, Genesia incluida, y las bailarinas, coinciden en confirmar que la danza, después de décadas restringida al tópico de 'disciplina minoritaria', tanto para las que la practican como para el público que la disfruta, está abriéndose al mundo. O, como matiza Margarita López, la secretaria, «es el mundo el que se está abriendo a la danza». No es una percepción subjetiva. Acaban de hacer público un nuevo plazo de matrícula, para el próximo curso, y las estimaciones del equipo directivo apuntan a que duplicarán el número de alumnos que tenían en 2009. Es decir, de 150 a casi 300.
Por qué 'engancha'
¿Por qué? La explicación tiene dos niveles, según Sillero. «Por una parte, hay algo de moda, está claro: la televisión, el cine y los medios están prestando atención a un mundo que antes ignoraban por sistema. No es normal que coincidan no una, ni dos, sino tres películas relacionadas de alguna manera con la danza en las carteleras. Eso, al igual que determinados programas, hace que a la gente joven se le despierte el gusanillo y se decida a probar». El segundo motivo lo desarrolla Genesia: «Cuando por fin comienzan a trabajar, hay alumnas que no son capaces de continuar, no tanto por las condiciones físicas y aptitudes que se requieren, sino por el sacrificio que la danza exige. Sin embargo, hay un porcentaje mucho mayor del que nos creemos de personas que 'se enganchan' al comprobar todo lo que la danza les aporta».
¿Y qué les aporta? Según Olga Burgueño: «Equilibrio interior, un reto personal puro, conciencia de que hay pocas cosas que valgan realmente la pena que puedan conseguirse sin esfuerzo, disciplina, sentido de la organización, una mayor sensibilidad hacia el resto de las artes, mejor autoestima... y el disfrute mismo, íntimo, de verse y sentirse bailar, que es algo que sólo conoce quien ha tenido la suerte de alcanzarlo».
Hay otros factores, estrictamente ceñidos a Cádiz. Toñi Busto, del Ampa, subraya que, «modestamente», entre los padres y el equipo directivo «se ha hecho un esfuerzo de promoción en los últimos años, para dar a conocer el centro más allá de Cádiz ciudad, en el resto de la provincia, y explicar que la danza no tiene por qué ser sólo una afición, que puede ser una profesión, una carrera titulada». Está el incentivo añadido, además, de que el próximo año el conservatorio formará parte de ese proyecto «ilusionante» de la Casa de las Artes.
El mérito de las alumnas del conservatorio -quizá haya algún chico, aunque no se dejó ver en la visita- es «digno de elogio», en palabras de Sillero. Durante las mañanas acuden a clase, al colegio, al instituto, a la Universidad o a sus trabajos, y todas las tardes dedican varias horas a bailar. Podría pensarse que es un mérito relativo, «porque les gusta y punto», pero el nivel de exigencia es tanto, el rigor de las clases requiere de una dedicación y de una entrega «tan hondas», que es difícilmente comparable al de otras 'pasiones' o 'aficiones', deportivas incluidas. «Si a un chaval le gusta el fútbol, puede ir a jugar en su tiempo libre, apuntarse a algún equipo amateur, entrenar con frecuencia...». Pero a ver cuántos aguantan un horario definido, pruebas periódicas, el reto continuo de las actuaciones ante el público, «sin que las notas o el trabajo se resientan». Hay muchas excusas para abandonar, pero pocas lo hacen cuando han logrado alcanzar un determinado progreso.
Teresa Navarrete, bailarina y profesora de Contemporáneo, dice que el nivel en Cádiz es alto, que lo de que en esta tierra hay una predisposición especial para el arte no es un cliché, pero que quizá falte canalizar este talento con organización y disciplina, precisamente dos de las cualidades mismas de la danza. «Lo corriente, por peso popular, es que se tendiera al flamenco, pero ahora el ballet y otras modalidades están ganando terreno».
Ana Freira y Marina Vara, alumnas del conservatorio de 15 y 13 años respectivamente, resumen bastante bien los dos perfiles básicos de estudiantes que deciden pasar una tarde tan primaveral como ésta entre las cuatro paredes de un viejo colegio.
Ana no tiene ninguna aspiración de dedicarse profesionalmente a la danza: «Voy a ser psicóloga, pero bailar me ayuda». Sin embargo, a la misma hora que sus compañeros de instituto deben andar por el paseo marítimo, compartiendo terraza con los moteros, en la playa, o preparándose los exámenes de Semana Santa, ella marca los pasos una y otra vez al compás de un piano. «No puedo explicar lo que es, solo que ya no se me ocurre dejar de venir, porque sé que lo echaría mucho de menos». Lleva recibiendo clases desde los 8 años.
Marina también lo tiene claro: «Quiero tener la titulación. Me siento bien cuando bailo y mal cuando no lo hago. Así que vengo a clases y le saco provecho».
Un esquema de razonamiento impecable. Al final, como dice Genesia, puede que todo se reduzca a eso. Sentir algo o no sentirlo. Hacer caso a los dictados del instinto. Esperar al futuro frente al espejo, agarrada a la barra y subida a las puntas. Bailando.