EL MAESTRO LIENDRE

NI LOS NÚMEROS QUEDAN

A cada gran evento público le siguen porcentajes y cantidades de beneficios o asistentes que nadie comprueba ni cree

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Uno de esos diletantes, un esnob al que le gustaba que esa condición fuera visible, de los que cada poco se le cuelan al PSOE en sus 'cúpulas', se pavoneaba de inventar cifras. Era un alto cargo del Ayuntamiento de Sevilla, inventor de la rueda de prensa del «impacto económico de la Feria de Abril». Al lunes siguiente al cierre, cada año, salía y soltaba que la fiesta había dejado, por ejemplo, 73 millones de euros en la ciudad. ¿Quién lo calcula? ¿Cómo? ¿Quién lo comprueba?.

Los medios, zancadilleados por la prisa, la precariedad y el mercantilismo, fusilaban el dato, lo daban por bueno sin más. Lo elevaban a sus portadas, a la cabecera de informativos. El socialista, autor de la cifra, solía reunirse con sus asesores al día siguiente, regaba los periódicos sobre una mesa enorme y se reía de los imbéciles de los periodistas. Luego, en sus muchas rondas por la ciudad, repetía su proeza en mil corrillos. Al final, para demostrar que la vanidad es el mayor enemigo del sinvergüenza, lo dejó escrito en una biografía.

Resulta tentador recordar esa anécdota, taco de hielo de un iceberg enorme, durante la extensa temporada festiva invierno-primavera en esta provincia. Ya resultó llamativo, y cuestionado, por fin, que Cádiz recibiera el primer sábado de Carnaval a 360.000 personas. Ahora, con la ola motera, vuelven esas cifras, entre eufóricas e intrascendentes, ajenas. Los moteros dejarán 57 millones de euros este fin de semana dice algún representante institucional o empresarial. Y parece tan solemne. Y todos le creemos sin tiempo, herramientas ni ganas de ponernos a desmontar cada cifra para tratar de compararla con otra.

En un mundo en el que el Gobierno de Grecia admite, acorralado antes, que ha falseado grandes cifras económicas. En una parte del planeta en la que Portugal, ahora en el mismo trago, confiesa que algunos datos oficiales eran ficticios, resulta muy complicado creer un número, un porcentaje, el que sea, mucho menos cualquier previsión, que salga de cualquier administración, de una empresa o un colectivo patronal, profesional o político. De la comunidad de vecinos de cada uno hasta la ONU, cualquier dígito que sale se recibe con el encogimiento de hombros como única respuesta. El oyente o lector carece de la posibilidad de comprobar, contrastar e interpretar. Sus intermediarios teóricos, los periodistas, hace tiempo que entregaron la cuchara. Se limitan a llevar los números de un sitio a otro sin saber si la mercancía es legal, sin preguntar, como el que hace una mudanza y con la inercia de que los números parecen serios, fiables, siempre dan algo de rigor.

Observación científica

La desconfianza del ciudadano ante sus representantes (no hablemos ya de su banco) ha llegado al punto de que los números, esos que siempre nos dijeron que eran de lo poco parecido a la certeza que conoceríamos en la vida, provocan desconfianza automática. A uno le hablan de un tipo de interés, de un precio y pregunta: «Sí, sí ¿pero en cuánto se me queda de verdad?». Da por hecho que la primera cifra, la que se recibe sin pedir ni comparar es completamente falsa. En estos años, en los que nuestro sistema ha inundado el mundo de personas que se creen engañadas, las víctimas solo tienen el consuelo de volver a la sensación, al instinto.

Tan jodido está, que la percepción individual parece más fiable que una científica cifra. No sé cuánto dejan los moteros. Que nadie me dé ninguna cifra, no la voy a creer. Solo tengo sensación de alivio cuando se van. También bochorno, por vivir en una tierra que se comporta como el mísero dueño de un bar y deja que la clientela destroce, moleste, vacile, con tal de que deje unas monedas.

Por cierto, que ese empresario hostelero y hotelero, quejumbroso crónico, siempre tiene a menos trabajadores de los que necesita y peor pagados de lo que manda la decencia. Con su gatillo fácil para despedir sin necesidad, engorda un volumen de desempleados que, ya puestos, tampoco sabemos exactamente cuál es. Quizás, en realidad, haya medio millón de parados más de los numerados porque sacan de la lista a los que hacen cursillos-paripé. Quizás haya medio millón menos porque se contabiliza a gente que se gana un dinero de forma regular.

En Cádiz, gobierno municipal y oposición se han llevado toda la semana tirándose leyes y presupuestos a la cabeza. Cruzan acusaciones sobre quien es más responsable de la infravivienda, esa marca de tercermundismo enquistada en Cádiz. Tienen listas con fincas pero, por desgracia, están de más porque todos teníamos ya la sensación de que ese oprobio sigue aquí.

Ahora llega la campaña electoral. Nos llenarán de folletos. Dirán lo que cuestan pero no les creeremos. Dirán que los pagan sus militantes pero son pocos (¿cuántos, en realidad?). Además, los partidos se nutren de subvenciones que salen de esos prespuestos que formamos entre todos pero que nadie lee ni sabe leer. Total... Números, cifras.