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SE ADMITEN APUESTAS

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El ruedo ibérico ha dejado de ser, por fortuna, el escenario de las hazañas del toro más fuerte de la manada. Los espectadores, relegados durante mucho tiempo, quieren participar en la fiesta. ¿Cómo extrañarse de que haya muchos espontáneos? El futuro sigue siendo incierto, pero la incertidumbre ha cesado. El final de un ciclo tiene fecha, pero el tiempo, del que solo sabemos que confía en tener muchos años por delante, continúa su marcha y ahora la mayor intriga, exceptuada la del ganador de las próximas elecciones, será la del suplente de Zapatero. Siempre sucede en los mejores equipos y esa curiosidad los iguala con los peores. Hay que tener en cuenta que la aspiración de todo inmediatamente inferior es ocupar el sitio de su adorado jefe.

Las lealtades eternas también tienen fecha de caducidad. Los comités federales de todos los partidos no ignoran que cuando se produzca el relevo del líder ellos tienen una obligación inexorable: seguir viviendo. Por mucho frío que haya en la cumbre es preciso atemperarse y buscar dónde guarecerse. Ahora vamos a presenciar la legítima lucha de los suplentes, algunos de ellos todoterreno, por ocupar el puesto del titular. El campo está lleno de baches pero los colores del equipo siguen siendo sagrados. Con frecuencia el líder es solo el que sabe ponerse al frente de la manifestación y cuando vuelve la mirada atrás se asombra de tener tantos seguidores. Acertó a decir muy bien Roland Barthes: «lo que el público reclama es la imagen de la pasión, no la misma pasión». De ahí la importancia de la apariencia, que en contra de lo que se suele decir, no engaña más que a los previamente engañados.

Jamás he jugado a los naipes y quizá sea esa la única costumbre cuyo cultivo asiduo merezca el nombre de vicio, del que me he librado, pero el juego de las primarias me apasiona. Tengan en cuenta que hasta que cumplí los cincuenta años de mi edad, nadie me preguntó qué opinaba acerca del modo de gobierno de mi nación. No tuve ni siquiera la oportunidad de equivocarme.