Bella pero deslucida corrida de Lagunajanda
Un notable cuarto ejemplar no sirvió para equilibrar la balanza de un encierro mansito y sin fondo y con un solo toro bueno
CASTELLÓN. Actualizado: GuardarLa corrida tuvo dos mitades asimétricas: una primera de cuatro toros , los cuatro primeros, y con un cuarto de particular bondad y rico ritmo; y una segunda que entró repentinamente en barrena y se encontró a la gente cruzada e indispuesta. El quinto de corrida tenía las mejores hechuras probables del prototipo de toro juampedro y, por tanto, el aire antiguo de lo de Salvador Domecq, que era justamente la ganadería que se estaba lidiando aquí y ahora. Con el nombre de Lagunajanda, que es una de las tres particiones del legado de don Salvador. Pese a su prometedora estampa, el toro no hizo a la hora de pelear otra cosa que pegar cabezazos y trallazos. Castella le consintió sin apenas inmutarse, pero en ese momento fue como si tocara fondo el festejo. Ya no remontó. Se sentía un runrún de fatiga y desinterés, y Perera debió de sentirlo en carne propia. El sobrero tuvo aire incierto y tampoco invitaba a nada.
En la otra mitad las cosas fueron sustancialmente distintas. El primer toro de la tarde, burraco bien cortado, remangado de palas, serio, se aplomó después de picado, se avivó con las banderillas y resultó manejable. De poca vida, pero la tuvo. El Cid le quitó en el tanteo una cuarta parte de los viajes que llevaba el toro dentro.