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El asesinato del carácter

Un documento de unos criminales es utilizado para destruir la confianza en un responsable político

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Es el sino de toda política basada en el culto a la personalidad: mientras unos fabrican la figura del líder, otros trabajan para demolerla. Ahora le toca a Rubalcaba, lanzado al estrellato no se sabe si gracias a sus indiscutibles méritos o por la apremiante necesidad de buscar reemplazo a un desgastado Zapatero. No cabe duda de que Rubalcaba ha ido acumulando puntos en varios frentes, desde el estrictamente político a la cabeza del Ministerio del Interior hasta el lírico-cantable, pasando por el de los achaques de salud que siempre humanizan al gobernante al hacerlo más cercano. Eso ha obligado al PP a improvisar un giro en su estrategia habitual de acoso y derribo, donde el ya clásico mantra del «váyase» ha cambiado de destinatario.

Derribar una figura carismática requiere conocer los mecanismos empleados para levantarla. Sean cuales sean los atributos de su personalidad, la suma de ellos debe dar como resultado una imagen en la que los electores confíen. Y entonces la táctica de la oposición no puede consistir en otra cosa que minar esa confianza. Frente a la tan cacareada credibilidad, el desprestigio. Frente a la fe en el líder, la sospecha. En Estados Unidos lo llaman 'character assassination', es decir, asesinato del carácter. Hay que matar la reputación de la persona para desactivar así la estima que provoca sus seguidores reales y potenciales. Sin embargo desmontar una imagen no resulta tan sencillo como a primera vista pudiera parecer, dado que el culto a la personalidad se sostiene en actitudes básicamente emocionales y por tanto ciegas. Contra la opinión común sobre lo frágil de las lealtades humanas, está comprobado que cuando alguien cree en otra persona se resiste con uñas y dientes a admitir que es engañado por ella aunque haya pruebas evidentes de la traición.

Es aquí donde aparece el escándalo como arma más eficaz en el asesinato del carácter. Si las actas de ETA han salido a la luz en la discusión política no es tanto por lo que su contenido pudiera tener de revelador como por su potencial escandaloso, o lo que es lo mismo, su capacidad para quebrar la confianza en alguien, en este caso Rubalcaba. Se da así la paradoja de que un documento redactado por unos criminales en quienes nadie confía es utilizado como palanca con la que destruir la confianza en un responsable político. Las actas de ETA son material delicado, no cabe duda. De estar dispuestos a creer lo que figura en ellas, damos crédito al delincuente y lo negamos a nuestros representantes democráticos. Si en cambio hacemos la vista gorda, corremos el riesgo de estar amparando unas posibles prácticas dudosas de esos mismos políticos. Pero entre admitir o rechazar su contenido hay un término medio no exento de virtud: el de renunciar a usarlas como piedra de escándalo en favor de unos intereses políticos inmediatos.