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Aficionados de ultratumba

Ataúdes a hombros, cenizas en tetrabrick, columbarios en los campos... Los hinchas del Cúcuta colombiano confirman que ni la muerte extingue la pasión por el fútbol

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Al escritor argentino Eduardo Sacheri (Buenos Aires, 1967) se le ocurrió escribir un cuento sobre un grupo de amigos ya mayorcitos que siempre quedaban («desde séptimo curso») para ir juntos al fútbol. Tras la muerte de uno de ellos, con el corazón todavía estrujado por la pena, los demás compinches decidieron cumplir su último deseo. Fueron a su casa, cogieron sus cenizas, las metieron en una bolsa de plástico y las llevaron al estadio. Allá, en una incómoda esquina del graderío, justo en el sitio desde el que vieron a su equipo proclamarse campeón, volcaron los restos de su amigo sobre el césped. Sacheri tituló aquel relato 'La promesa', lo incluyó en un libro ('Los traidores') y lo publicó en el año 2000.

Nunca pensó Eduardo Sacheri que aquel cuento fuera profético. O quizá algo intuyera: hay pasiones tan ardientes que ni la muerte puede sofocarlas. En cualquier caso, la fantasía de Sacheri se acaba de hacer realidad. A lo bestia. El sábado 26 de marzo, Cristopher Alexander Jácome, un colombiano de 17 años, fue tiroteado mientras jugaba al fútbol en un parque público de San José de Cúcuta, en Colombia. La familia pasó la noche rezando ante el cuerpo del muchacho, pero el domingo unos miembros de la 'barra del Indio', peligrosos hinchas del club local, se presentaron en el velorio con la intención de llevarse el cadáver. Querían que Cristopher acudiera, por última vez, al estadio General Santander, sede de los partidos del Cúcuta Deportivo, de la Primera División. Los parientes, conocedores de la pasión balompédica del joven asesinado o simplemente alelados por el dolor, accedieron a la petición de los ultras.

La surrealista estampa de los amigos de Christopher sujetando el féretro mientras el Cúcuta empataba a uno contra el Envigado ha dado la vuelta al mundo. Periodistas y políticos han clamado contra semejante desfachatez, pero los hinchas cucuteños se defienden comparando el paseo fúnebre con «otras manifestaciones con muertos que se dan en el mundo, como las despedidas en lugares significativos». La presencia de difuntos en los estadios, en efecto, no la acaban de inventar en Colombia. En Sevilla lo saben desde hace tiempo.

Un padre en tetrabrik

Hace varios años, un joven llamó a la puerta del entonces presidente del Betis, Manuel Ruiz de Lopera. Al parecer, su padre había muerto pocos días antes y, con su último aliento, le había hecho una petición solemne: que cada año siguiera haciéndole socio del Betis y que llevara todos los domingos sus cenizas al Benito Villamarín. Así lo hizo. Pero al llegar al campo, los guardias de seguridad no le dejaron entrar. Había metido las cenizas en un frasco de vidrio y la ley prohibía introducir objetos de cristal en los estadios de Primera División.

El hombre, desconsolado, acudió a Ruiz de Lopera para buscar una solución. El expresidente verdiblanco reclamó a un empleado del club que guardara el tarro con los restos en un armario y que se lo entregara al hijo cuando ya hubiera entrado en el campo. Pero aquello tampoco funcionó: el empleado en cuestión le confesó al presidente bético que no podía trabajar con un muerto en el armario. Ruiz de Lopera caviló un poco más y dio con la solución definitiva. Sugirió al aficionado que metiera las cenizas de su padre en un tetrabrik de Puleva. Así podría burlar los controles de seguridad, sentarse en la grada tranquilamente y abrazar con cariño el tetrabrik cada vez que el Betis marcara un gol.

Esta pasión deportiva no es, contra lo que pudiera parecer, un rasgo exclusivamente latino. La policía de Filadelfia, en 2005, detuvo a Christopher Noteboom por saltar al campo y echar a correr durante un partido de fútbol americano que enfrentaba a los Eagles de Filadelfia y a los Green Bay Packers. Los agentes comprobaron cómo el espontáneo iba soltando un extraño polvillo amarillento. Aquel polvillo resultó ser su padre, seguidor impenitente de los Eagles.

«Allí te vas y te quedás para siempre, en ese grito tenaz, en ese amor inexplicable», decía Eduardo Sacheri al final de ese cuento suyo que, de repente, se ha vuelto crónica de sucesos.