El-Asad apura sus opciones para el cambio en Siria
El régimen congrega a miles de seguidores en apoyo del presidente, que empuja al Gobierno a dimitir
Jerusalén Actualizado: GuardarBashar El-Asad sacrificó ayer a su Gobierno en otro intento por calmar las protestas que han puesto a su régimen ante la peor crisis en once años. La fórmula elegida fue la de la dimisión en bloque del gabinete, que el presidente «aceptó», según la televisión estatal, aunque sus 32 miembros encabezados por el primer ministro, Naji al-Otari, seguirán en funciones hasta el nombramiento de sucesores.
La medida recordó a los cambios que en el mismo sentido, y en similares circunstancias de presión, practicaron Ben Ali en Túnez o Hosni Mubarak en Egipto y se cree que, -como sucedió en esos países-, en Siria no satisfarán a los manifestantes: los Ejecutivos en las ahora tambaleantes autocracias árabes tienen un poder minúsculo. Su despido no pasa de ser un alarde cosmético.
La autoridad real está en manos de El-Asad, que previsiblemente a última hora de ayer se dirigiría al pueblo tras dos semanas de turbulencias en un discurso ante el Parlamento para anunciar reformas. En espera de la alocución, miles y miles de sus partidarios abarrotaron la céntrica plaza de Sabeh Bahrat de Damasco en una imagen que evocaba las multitudes de Tahrir en el Cairo. Hubo otras de igual signo en Aleppo y Hama, al norte, en Hasaka y hasta 200 personas se reunieron en Deraa, el centro de la revuelta contagiada luego a medio Estado.
La agencia Reuters citó que «empleados y afiliados del partido Baas» gobernante aseguraban haber sido obligados a sumarse a concentración de la capital, que habría sido presumiblemente fabricada para adornar de triunfo la comparecencia del líder. Pero no conviene equivocarse. Bashar El-Asad no concita el rencor atávico de Gadafi ni la aprensión de Mubarak, sino que es respetado y considerado como garante de estabilidad por buena parte de su población, que no quiere su expulsión, aunque pida avances democráticos.
Lealtad popular
«Él es la espina de Siria, sin él nuestro país estará abocado al caos», expresaba un hombre identificado como Abu Kodr en declaraciones a Al-Jazeera en Damasco, donde la masa cantaba «la gente quiere a Bashar El-Asad». «Estamos aquí para demostrar la voluntad real de los sirios, y es respaldar a nuestro presidente, dios le proteja», declaraba a AFP otro ciudadano.
Aparte de la lealtad de la secta aluita a la que pertenece, el actual 'rais' sirio ha demostrado durante su mandato la habilidad de mantener al mínimo las identidades religiosas potencialmente explosivas del país, en lo que su padre Hafez fue un maestro. Ismaelíes, drusos y, sobre todo, los cristianos se encuentran más a gusto en su régimen laico de lo que creen estarían bajo un régimen suní, cuyas elites industriales y comerciales también Bashar el-Asad ha sabido poner de su lado.
El clan Asad domina el verdadero aparato de control del país, el del miedo, que se vertebra en torno a los servicios secretos -en manos de su cuñado, que también manda en el Ejército-, y su hermano Maher, al frente de la temida Guardia Republicana. La persecución ha condenado a toda oposición al exilio o la clandestinidad. La Constitución sitúa además al presidente como comandante de la Fuerzas Armadas y secretario general del Baas, que funciona como único al tener reservados la mitad más uno de los escaños de la Asamblea Nacional.
En este entramado se adoptan todas las decisiones y los ministros juegan un papel, como mucho, de fieles asesores. Lo que pide la calle no es un cambio de caras en ese gabinete, sino derechos civiles, libertad de expresión y política para formar partidos que conduzcan a unas elecciones serias, además de la completa abolición de la ley de emergencia de 1963, prometida ya por el régimen. Es la herramienta de la represión y que muchos sospechan que El-Asad sustituirá por una legislación similar.
En contra de los esfuerzos reformadores del presidente va a estar la ira desatada entre la población por el más de un centenar de muertos -61 según cifras oficiales- registrados en las manifestaciones por disparos de la policía. El Gobierno asegura que fueron asesinados por extranjeros.