«Con estas armas no podemos llegar a Trípoli»
El Ejército rebelde vuelve a tropezar con su falta de preparación y medios
BENGASI. Actualizado: GuardarMoraja Seidi abre su bar-restaurante por primera vez desde que el pasado sábado se encontrara de bruces con los blindados de Gadafi. Desde hace ocho años es el dueño de la estación de servicio de Mgron, el único lugar abierto en los 160 kilómetros que separan Bengasi de Ajdabiya. No hay gas para cocinar, pero la máquina italiana de café funciona a la perfección. Hoy invita la casa. Los vecinos acuden a saludarle y darle las gracias por abrir, él bromea señalando a la televisión y diciendo que «en Japón están mucho peor».
En las paredes siguen frescas las marcas de disparos. Frente a la puerta continúa su Opel Kadett aparcado, un amasijo de hierros después de que un tanque le pasara por encima. Veterano de la guerra del Chad, desde la ventana fue testigo de lujo del avance militar gadafista abortado por la aviación aliada, un avance que se produjo ocupando los cuatro carriles de la carretera que surca el desierto. Ayer noche escuchó también el segundo ataque de las fuerzas internacionales que volvieron a golpear a las unidades terrestres de Gadafi que resisten en la zona.
Ajdabiya sigue siendo la línea del frente y la carretera hasta el puesto de control rebelde que delimita la frontera de la Libia liberada es una romería de familias que quieren ver el resultado del primer bombardeo aliado. Cuando terminan de hacer las fotos de rigor se dan cita en el local de Moraja, situado a medio camino entre Bengasi y Ajdabiya. Blindados, tanques y camiones calcinados jalonan una ruta cuyo final lo marca el pueblo costero de Zueitina.
Allí una barrera vigilada por rebeldes cierra el paso a los vehículos y los voluntarios informan de que «a nueve kilómetros hay grupos de Gadafi que disparan contra todo el que intenta pasar». Furgonetas 'pick up' esparcidas por las sombras de los pocos árboles de este paraje desértico conforman la infantería rebelde que desde hace 48 horas trata sin éxito de recuperar el control de Ajdabiya.
«Necesitamos armas urgentemente, así no podemos avanzar y estamos perdiendo muchos efectivos. Los hombres de Gadafi, además, no nos dejan ir a recoger a nuestros muertos, a algunos los hemos tenido que sacar en pedazos», confiesa el coronel del Ejército del Aire, Jamal Zwaye, que tiene la imposible tarea de organizar el contraataque. «Intento dar algunas órdenes, pero aquí cada uno hace lo que le da la gana, no hay un mando superior que puede coordinar nada», lamenta este exmilitar de las fuerzas armadas libias que decidió pasarse a las filas opositoras tras el 17 de febrero.
Junto a la falta de armas, la incomunicación es otro de los problemas más graves. Con los teléfonos cortados y sin radios, el boca a boca es el único sistema que funciona. ¿Cómo saben los aviones internacionales la posición de sus hombres? «No la saben, aunque de momento han acertado con todos sus misiles y esperamos que sigan haciéndolo. Lo que parece claro es que solo desde el aire no se puede ganar esta guerra», asegura el coronel, que describe al enemigo como «una mezcla de mercenarios con los elementos más fanáticos del régimen, aquellos para los que el Libro Verde es más importante que el Corán y que tras una vida dedicados a espiarnos, han cogido las armas».
Vuelta a casa
La ayuda de la alianza logró frenar el avance gadafista a Bengasi, pero la guerra no está ganada. «Vamos a intentar avanzar hasta que les tengamos a tiro», declara Husein Alí al volante de su furgoneta. En la parte trasera lleva a dos amigos armados con lanzacohetes RPG en una mano y bocadillos de habas en la otra, la comida del revolucionario. «Aquí no hay órdenes, el objetivo es llegar a Trípoli y cada uno hace lo que mejor le parece», asegura antes de despedirse de los presentes y cruzar la barrera de control.
Bajo una tejavana un grupo de jóvenes combatientes intenta dormir sin mucho éxito. Parece que unos compañeros suyos han encontrado a un supuesto espía de Muamar Gadafi y lo llevan ante el coronel Zawye que ordena su envío inmediato a Bengasi para que sea investigado. Muchos rebeldes piensan que sus filas están infiltradas por elementos del régimen que informan de todos sus movimientos y que esta es la causa principal que ralentiza el avance hacia la capital.
Con los rebeldes a la sombra, a la espera de un nuevo ataque del cielo que les facilite un poco más el camino, los pueblos cercanos recuperan poco a poco la normalidad. Algunas familias regresan del exilio temporal en el norte y reabren las puertas de sus casas. En localidades como Zueitina los vecinos se acostumbran a vivir bajo la columna de humo permanente que sale del depósito de combustible de la refinería que fue alcanzada por un cohete. «No sabemos quién le dio porque estaba en medio del fuego cruzado entre las dos partes. Está claro que Gadafi se desvió hasta aquí porque le interesaba controlar el puerto y la refinería, es la única razón», piensa Fowzi Saad, al que las 48 horas que vivió el puerto de su pueblo ocupado por las tropas gadafistas se le hicieron eternas, «pero nunca llegaron a izar la bandera verde en la plaza».