Pertenecer al Partido Comunista chino proporciona «estabilidad y prosperidad». Los jóvenes aspiran a engrosar sus filas en las que ya militan millones de personas. :: Z. A.
Sociedad

Por una hoz y un martillo

Millones de jóvenes aspiran a engrosar las filas del Partido Comunista Chino, el más nutrido del mundo. ¿Por qué?

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Lan Fei está hincando los codos como si le fuese la carrera en ello. Y quizá tenga razón, aunque el examen al que se va a enfrentar nada tiene que ver con la ingeniería de polímeros que estudia en la Universidad de Fudan. Es la prueba que da acceso a la agrupación política más nutrida del planeta: el Partido Comunista Chino (PCCh).

A sus 21 años, Lan no tiene aspecto de ir a empuñar la hoz y el martillo. Es uno de los cien millones de hijos únicos que conforman la generación de los 'pequeños emperadores'. No vivió ni la Revolución Cultural que dejó al país en ruinas, ni la masacre de Tiananmen. Habla por un iPhone, escribe sobre un Toshiba de gama alta, viste ropa en la que es imposible encontrar una marca china, disfruta de la comida basura americana y se desgañita algunos fines de semana a ritmo del 'techno' más bestia. Además, vive en una urbanización de lujo en la capital económica de China, Shanghai, que, eso sí, fue la ciudad elegida para fundar el Partido que gobierna el gigante asiático desde que Mao Zedong ganó la Guerra Civil, en 1949.

Claro que la organización que ahora preside Hu Jintao, y que ha delineado el rumbo del país en la Asamblea Popular Nacional que acabó la semana pasada, tiene poco que ver con aquella creada en la clandestinidad en 1921. Lo que sí se mantiene constante, a pesar de que China ha abrazado con fuerza la economía de mercado, es el rechazo que provoca el Partido en el mundo occidental.

El PCCh se percibe como paradigma del autoritarismo y de la violación de los Derechos Humanos, y se convierte en la diana de todas las críticas por razones tan diversas como la concesión del Premio Nobel de la Paz a Liu Xiaobo o la inexistente 'Revolución del Jazmín'. Lo cierto es que provoca miedo. El poder económico adquirido por el Gran Dragón en las últimas décadas se mezcla en el imaginario colectivo occidental con la iconografía militar de sus desfiles sincronizados al milímetro y crea un explosivo cóctel de repulsión.

Pero eso es solo de puertas hacia afuera. Dentro de sus fronteras la percepción es muy diferente. «El Partido supone estabilidad y prosperidad», apunta Lan, que, curiosamente, reconoce no sentirse comunista. «Tengo que memorizar una teoría que no solo no comparto, sino que me parece política ficción. Aunque el Gobierno asegura que el nuestro es un 'socialismo con características chinas', no veo mucha diferencia con el modelo estadounidense salvo por el hecho de que aquí no tenemos elecciones».

Un empleo seguro

Entonces, ¿por qué quiere hacerse con un carné que representa algo en lo que no cree? La respuesta la da una administrativa de 26 años, que prefiere no dar su nombre, cuando resume brevemente su caso. «Me afilié en 2006 y al cabo de pocas semanas conseguí un empleo en un banco (estatal). Al año siguiente, los que teníamos el carné recibimos un ascenso, y este año ha pasado lo mismo. Otros que entraron conmigo, pero que no pertenecen al Partido, siguen en el puesto inicial y están tratando de conseguir plaza para hacer las pruebas y afiliarse, pero ahora es mucho más difícil que en la universidad». El pragmatismo al poder.

Las puertas del PCCh, eso sí, solo se abren para los mejores. Lan considera que conseguirá convertirse en uno de los 78 millones de miembros (que suponen el 5,7% de la población total) porque sus notas están entre las mejores de su promoción. Es un candidato que se ajusta a la media de los miembros del Partido: el 32,4% tiene educación universitaria, una representación mucho mayor que en la sociedad, y el 23,7% no ha alcanzado los 35 años. Según las estadísticas oficiales, solo el 20,4% son mujeres.

Aunque su perfil encaja, Lan todavía tiene que examinarse para culminar el proceso de acceso. Y tiene mucha competencia. Millones de jóvenes chinos quieren afiliarse: «Primero hay que matricularse en unos cursos preparatorios sobre el comunismo y el Partido. Después, la representación del Partido Comunista en la universidad, formada por estudiantes y profesores, escoge a candidatos para acceder a los cursos avanzados. En ese momento, se pasa a ser un 'activista' a la espera de enfrentarse a las preguntas de un comité que, si da su aprobación, le convierte en 'miembro preparado'. Solo queda entonces asistir a los últimos cursos, y aprobar el examen de selección. Entonces se transforma en miembro de pleno derecho». Con el carné se abre un mundo de privilegios laborales que responde a la perfección al pragmatismo en China. «Sentirse comunista es lo de menos».

Claro que no todos están de acuerdo con tan extrema afirmación. Xu Minfang, por ejemplo, es el seudónimo de uno de los muchos internautas que plantan cara al partido en internet. Su blog en Sina.com recibe miles de visitas al día, entre ellas muchas de los censores chinos que le borran uno de cada cinco 'posts'. «Es verdad que la imagen del Gobierno está mejorando gracias a la presión que ejerce la población a través de las redes sociales y los blogs, pero a veces es pura fachada. Y lo peor es que la juventud, en vez de exigir libertad, lo que hace es tratar de meterse en la rueda del poder para sacar el mayor provecho individual posible. Por eso hay tantos candidatos interesados en ingresar en el Partido, aunque no crean en el comunismo. China es el paradigma de la hipocresía».