Sociedad

El fiasco obligado de cualquier feria

Ni toros ni toreros. Sólo Castella salva los muebles a última hora

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Abrió un toro ofensivo por cornialto, y de estilo defensivo pero agresivo. Era el toro del regreso a Valencia de Juan Mora al cabo de diez años. Suaves lances en el recibo y un quite por delantales. Ya empezó a orientarse y distraerse el toro. El genio asomó después. Las protestas con la cara arriba fueron una constante. Fue faena dispuesta de Juan, pero el estilo del toro impidió redondear nada. Media estocada, dos descabellos. No tuvieron puntería quienes enlotaran la corrida: el cuarto vino a emparejarse con ese primer toro sardo. Casi 600 kilos, las palas de las astas le arrancaban de detrás de las orejas. El único negro. Poquita fuerza. En media verónica a pies juntos se dejó ver el compás de capa de Mora. Después de varas pareció derrengado el toro, que echaba la cara arriba. La cosa terminó a cabezazos. Juan se puso sin pruebas, pero dos desarmes en dos zarpazos le hicieron insistir. Ambiente en contra.

Nadie se esperaba una corrida tan pobre de Las Ramblas: el primero de los toros de Ponce, gachito y recogido, no lucía escaparate de feria mayor, el toro que se devolvió por cojo tenía lindas hechuras pero no trapío, y a mitad de festejo no había pasado nada. Ponce molió a capotazos al segundo y trató de convencerlo en una faena de recorrer mucha plaza sin que el toro se calentara. Lo mató por arriba y a la primera. Castella, fino en el recibo del toro devuelto, abrevió con el caprino sobrero, cuya presencia fue protestada. El fiasco de la feria. Pero salió galopando el quinto, que era el último de los cuatro toros que Ponce mataba en Fallas. Un puyazo trasero hizo daño. Parecía que tal vez o quién sabe, porque Ponce se fue a la distancia en un prometedor alarde. Tres muletazos seguidos en línea, el cambiado de remate muy abierto. Una faena más de merodear que de reunirse, venida abajo por las dos partes, rellena de tiempos muertos. Sonaron pitos de castigo por la parte de sol. Una estocada caída. Pitada para el toro en el arrastre. Y no fue uno de los peores, sin embargo.

Todo el pescado vendido, un plomo, pero también el sexto hizo briosa salida y Castella, igual que en su primer turno, se estiró con el capote. Una larga y una media de medio pecho muy vertical. Un quite brillante por chicuelinas, dos pares bravos de Ambel Posada, lidia sobria y competente de Chacón y brindis de Castella al público, que se sentía en otra corrida. Y una faena de marca y acento Castella: la apertura de largo en el anillo para el cambiado por la espalda y su trenza atada a él; otra siguiente en similares términos. Determinación, la mano baja, paciencia cuando se distrajo el toro, intentos con la izquierda, el pase de las flores, dos bucles de rizo rizado encima del toro pero sin esconderse, sólo apartarse de una coz tirada a traición, un apurado desplante, una estocada. Una oreja.