Clientes de una tienda de electrodomésticos siguen el discurso del emperador. :: EFE
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Akihito rompe el silencio imperial

El emperador de Japón muestra su «profunda preocupación» por la tragedia que atraviesa el país en un insólito discurso televisado «Espero que el pueblo superará este momento desafortunado cuidándose los unos a los otros»

SHANGHAI. Actualizado: Guardar
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Sólo cuando anunció la derrota de su país en la Segunda Guerra Mundial los japoneses se dieron cuenta de que no era un dios. Desde esa primera ocasión, el emperador nunca se había dirigido a la nación por una tragedia. Hasta ayer. Ya no fue en la radio y con ruido estático de fondo, sino frente a las cámaras de la televisión nacional NHK. Tampoco fue Hirohito quien habló, sino su hijo, Akihito. Pero el tono sombrío de ambas ocasiones se mantuvo inalterable y la estética del escenario escogido aludía a la tradición del país. No obstante, en esta ocasión, el monarca se expresó en japonés moderno, muestra de que trata de ganarse a una población cuya mayoría no habría entendido el discurso en el lenguaje formal del que suele hacer gala la realeza nipona.

El Jefe de Estado de esta monarquía constitucional, que tiene un papel simbólico pero es venerado por gran parte de los 126 millones de japoneses, no aportó nada nuevo. Pero a muchos se les encogió el corazón sólo al verlo, a la espera de que Akihito anunciase un holocausto nuclear como el que puso fin a la guerra que acabó en 1945. «Me imaginé lo peor, y hasta empecé a llorar cuando lo vi en la pantalla», cuenta a este periódico Noriko Katsube, una residente de Tokio. Afortunadamente, como pudo comprobar Noriko cuando elevó el volumen de su televisor, no fue así. Pero la aparición de Akihito, por lo inédito, evidencia la gravedad de la crisis por la que está pasando el país y concuerda con las declaraciones que hizo el primer ministro, Naoto Kan, al asegurar que se trata del peor momento que Japón está sufriendo desde la contienda que dejó el archipiélago reducido a escombros.

Las palabras de Akihito tampoco fueron de lo más tranquilizadoras. Se declaró «profundamente preocupado» por la situación general causada por «un terremoto de fuerza 9, que nunca antes había asolado Japón», y aseguró que reza «para que se salve el mayor número posible de vidas». En alusión a los continuos accidentes nucleares que tienen en vilo al mundo entero, el emperador aseguró que espera «que los acontecimientos sean positivos de aquí en adelante». «Espero, sinceramente, que el pueblo podrá superar este momento desafortunado cuidándose los unos a los otros». Se despidió dando las gracias a la comunidad internacional. «Los corazones del mundo están con nosotros».

La unidad del Japón

No hay más que caminar por el jardín del Palacio Imperial de Kioto, que permanece abierto al público, para descubrir el respeto que el Trono del Crisantemo, la monarquía hereditaria más antigua del mundo con 125 emperadores reconocidos desde el año 663 antes de Cristo, despierta entre la población, joven y anciana. «Es cierto que no se codean con la sociedad como lo hacen algunas monarquías occidentales, pero representan la unidad y la fuerza de Japón», opina Katsui Watanabe, universitaria de 22 años que se relaja aquí del bullicio de la urbe.

Akihito, que por primera vez no es un militar, ha tratado de inyectar savia nueva en esta vetusta institución. Poco después de su coronación ya mostró arrepentimiento por la salvaje ocupación de China, algo que muchos políticos se niegan a hacer, y rindió homenaje a todos los muertos en la Segunda Guerra Mundial. Más tarde, durante el terremoto que sacudió Kobe en 1995, fue la emperatriz Michiko quien se acercó a las víctimas en un gesto sin precedentes. Más adelante, tanto la esposa de Akihito como la princesa Masako han servido titulares más propios de los tabloides británicos a la prensa nacional. La emperatriz ha reconocido sus problemas psíquicos mientras que su hija aún no ha dado a luz a un varón, hecho que podría hacer que haya que saltar la lista de los sucesores al trono para encontrar uno que se ajuste a la ley. O dar un volantazo inesperado y cambiar la norma.