Cervera observa uno de los cuadros colocados en el centro. :: C. MORET
Sociedad

Carmen Thyssen toma la batuta

La baronesa supervisa la disposición de los fondos del museo malagueño que lleva su nombre

MÁLAGA. Actualizado: Guardar
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Juan Alberto Soler dobla el espinazo con la parsimonia de una cirujano. Todos sus movimientos son lentos.Precisos. Se coloca unas gafas que parecen de soldador. Pero no. Están equipadas con potentes cristales de aumento. En una mano, una pequeña linterna. En la otra, un lapicero. El paciente yace sobre una tabla sostenida por dos caballetes de madera, en cuya base, aparece una palabra como grabada a fuego: 'Thyssen'.

Soler vuela rasante a pocos centímetros de distancia. A cada rato se detiene, recobra la verticalidad y realiza alguna anotación en el informe que acompaña a cada caso. Este tampoco ha sufrido con el viaje. Es el lienzo 'Una cofradía pasando por la calle Génova, Sevilla' (1851), obra de Alfred Dehodencq, procecente del Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid.

Estamos en la planta baja del Palacio de Villalón de Málaga, al otro lado del acceso más cercano a la iglesia del Sagrado Corazón por el que entraron el lunes por la tarde algunas de las obras que ahora se desembarazan de sus embalajes. Verónica Castillo, jefa de Registro, supervisa todo el proceso. Fotografía cada movimiento. A su señal, los técnicos alzan el cuadro que se escondía en el interior de una caja de madera, que a su vez ha salido de un imponente armazón metálico. Y del juego de matrioskas emerge 'Lavando en el patio' (1887), de Manuel Wssel de Guimbarda. Justo detrás, Paloma Pérez de Armiñán, la otra restauradora, realiza el mismo proceso de Soler. Pero ella analiza 'Ca d'oro' (c. 1897), firmado por José Moreno Carbonero.

La paz interior

Pasan algunos minutos del mediodía, el Sol le gana la batalla a las nubes y en el interior del Palacio de Villalón se trabaja sin descanso. Y sin embargo, en todas las salas reina una paz que parece dejar a millones de kilómetros de distancia la sinfonía de martillazos, rugidos de excavadoras y órdenes de operarios que desde primeras horas de la mañana convierte la calle Compañía en un hervidero.

Pero la paz interior respirada en las salas expositivas del Museo Carmen Thyssen-Bornemisza vive una pequeña revolución cuando llega, justo, la persona que da nombre al museo. Aparece la baronesa y toma la batuta. Desde el pasado fin de semana, la mecenas supervisa la instalación de los fondos que componen la colección permanente del centro. Una tarea que retomaba ayer con un brío que le llevaba a transportar ella misma algunas de las obras en busca de su ubicación idónea dentro del discurso de la institución.

La baronesa pasaba revista satisfecha al museo, en el que ya empiezan a verse las primeras obras colgadas. El proceso se realiza de arriba abajo; es decir, ha comenzado en la segunda planta y concluirá en el nivel situado a ras de suelo. De este modo, Cervera comprobaba cómo lucían sobre las paredes color hueso algunas de las piezas más emblemáticas de su propia colección.