MAR DE LEVA

Japón

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De vez en cuando el planeta se encarga de recordarnos que estamos aquí de paso, que el juguete no es nuestro, sino de alquiler, y que a pesar de todos nuestros avances y todo nuestro orgullo solo somos parásitos en la piel de piedra de una canica que gira alrededor del sol. De vez en cuando la naturaleza nos alerta y nos sacude, como ahora en Japón, tan preparado para combatir los terremotos, tan marcado en su historia reciente y en su cultura popular por los desastres. Hemos visto imágenes espeluznantes de una sociedad hecha a convivir con los temblores de tierra, pero como las desgracias nunca vienen solas, parece que el tsunami desencadenado a continuación es lo que ha causado más víctimas, afectando con su lengua de agua no solo a las islas cercanas, sino a las costas lejanas del continente americano.

Hasta que la catástrofe se amplió por la mano del hombre. Los edificios caen, las líneas de la costa se dibujan, los trenes-bala se detienen, los puentes se desploman y, ay, las centrales nucleares nos recuerdan que si el terremoto o el tsunami tienen minutos u horas de vida y consecuencias, la potencia de muerte del átomo no tiene fecha de caducidad. En unas pocas horas hemos pasado de un miedo ancestral a un miedo salido de una novela de ciencia ficción. El terremoto y el tsunami han dejado desolación y muerte a su paso, pero las consecuencias de este nuevo Chernobyl con que amenaza la central de Fukushima son imprevisibles, y nos afectarán a todos, no solo a los japoneses, porque la radiactividad, y la nube que propagarán los vientos y las lluvias, no se parará en el lejano Pacífico.

No deja de ser irónico que, justo ahora que vencidos por la crisis estaban nuestros gobiernos dispuestos a claudicar y a apostar sin reservas por la energía nuclear, e imagino que los pueblos a aceptar lo que nos impongan, porque hemos perdido el sentido crítico y las ganas de protesta, esta tragedia nos vuelva a abrir los ojos y nos recuerde que, sí, la energía nuclear tiene muchas ventajas y puede permitirnos no depender tanto del petróleo, pero sus inconvenientes son tan terribles, la magnitud de sus inconvenientes es tan enorme que hay que andar con pies de plomo antes de vocear alegremente su imposición.

El juguete en el que vivimos, ya les digo, no es nuestro: pero sí lo es la obligación de conservarlo para el futuro.