Sociedad

Los amigos de Muamar

De ser un paria a codearse con Blair, Aznar, Berlusconi o Zapatero. Gadafi supo cambiar de política para transformarse en «amigo de Occidente»

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Pese a su disparatado discurso ideológico y a su apariencia carnavalesca, el tirano libio siempre guardó un punto de pragmatismo, como si supiera bien hasta dónde podía tensar la cuerda. Durante sus años mozos, asumió con chulería el papel de enemigo enloquecido del mundo occidental. Patrocinó grupos terroristas y se complació especialmente en irritar a Washington. En 1986, decidió volar una discoteca de Berlín frecuentada por soldados americanos. Hubo tres muertos y más de 300 heridos. Como represalia, Ronald Reagan ordenó bombardear Trípoli. En aquella incursión, los cazas de Estados Unidos atacaron el palacio presidencial y mataron a la hija del líder libio, Ana, de 4 años, y a otras 43 personas. El coronel reaccionó dos años más tarde, en 1988, echando nueva leña al fuego: hizo explotar un avión de la Pan Am, que cayó sobre el pueblecito escocés de Lockerbie. Causó 270 muertos. La ONU decretó entonces un durísimo embargo a Libia. Muamar supo que había cruzado una línea roja. Esperó un poquito, quizá para no enturbiar su imagen de irreductible guerrero beduino, y decidió dar marcha atrás.

En 1999 entregó a los responsables del atentado de Lockerbie y en 2001 condenó el ataque contra las Torres Gemelas. Dejó de ser un paria internacional y, sin apenas transición, pasó a recibir en su jaima a los líderes más relevantes del mundo occidental. Sarkozy, Blair, Aznar, Zapatero, Berlusconi... Ninguno regateó carantoñas al colorista tirano, convertido en aliado frente a la marea islamista y súbitamente investido con la dignidad que da el petróleo. Ahora, sin embargo, parece haber cruzado la línea roja definitiva. De aquellos ilustres amigos, hoy solo le queda Hugo Chávez.