Un soldado libio que se ha pasado al lado de los opositores a Gadafi dirige la instrucción de civiles rebeldes en Bengasi. :: EFE
MUNDO

Ciudadanos en armas contra Gadafi

El Ejército rebelde recluta a 10.000 civiles en las últimas 48 horas y perfila su ofensiva sobre Trípoli

BENGASI. Actualizado: Guardar
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Nombre, teléfono y grupo sanguíneo. Con estos tres datos cualquier ciudadano libio entre 18 y 60 años puede enrolarse en las nuevas fuerzas armadas rebeldes. La canción revolucionaria 'No nos moverán' suena de forma ininterrumpida durante las dos tandas de entrenamiento, mañana y tarde, en las que miles de civiles reciben instrucción para estar listos de cara a la gran batalla por Trípoli que todos esperan con ansiedad.

La cancha de baloncesto del instituto Salam Biusir es el improvisado centro de reclutamiento y entrenamiento de Bengasi y por allí han pasado 2.000 voluntarios en las últimas 48 horas. «También contamos con una base mayor a las afueras de la ciudad y emplazamientos similares en Tobruk y Beida. Estimamos que ya se han enrolado 10.000 hombres desde que lanzamos el llamamiento», informa Fahriz Debish, encargado de apuntar a los recién llegados y de transferir los datos a la nueva Junta Militar que lidera el Ejército rebelde.

La instrucción es básica. En chancletas, botas o zapatillas, altos y bajos, gordos y flacos, la armada rebelde no discrimina. '¡Viva Libia!', '¡Muerte a Gadafi!', gritan en inglés para deleite de la prensa internacional que estos días colapsa la capital de la Libia liberada. Levantan el brazo derecho, estiran las manos y hacen el gesto de la victoria con los dedos. «De momento no van a empezar con las armas, lo dejamos para mañana o pasado», señala el instructor. «Esta primera fase es de mentalización, hay que subirles el ánimo y convencerles de que podemos cumplir nuestros objetivo», añade.

Entre los reclutas hay división de opiniones. Tarek al-Jazwe es un farmacéutico de 42 años sin experiencia militar que ha decidido aparcar su negocio para unirse a la revuelta. Su grupo ha terminado la instrucción de la mañana y ahora se afana en la limpieza de una batería antiaérea soviética bajo la atenta mirada de un coronel de la reserva. Para Tarek, «la batalla por Trípoli no será tan dura porque a Gadafi apenas le quedan apoyos lejos de su círculo familiar y su guardia personal. Una vez que lleguemos a las puertas de la capital está perdido».

Su nuevo compañero de filas, Salem Abdelhassid el-Dressy, sin embargo, pronostica «un baño de sangre». Salem es padre de familia y está dispuesto a dar su vida para que sus dos hijos no sufran «otros 41 años de infierno». ¿Sueldos? Son voluntarios y saben que no van a recibir un dinar por su sacrificio.

Al coronel Atia Labeidi le llegan cada día los datos sobre los reclutas. «La fuerza rebelde en el Oeste ya está cerca de los 30.000 hombres», calcula en voz alta. Ha dado los últimos 32 años de su vida a las fuerzas armadas libias y piensa que «me he visto en peores situaciones que ahora. En Chad luchábamos en un país extranjero y por unos ideales en los que no creíamos, ahora al menos la tropa está unida por un objetivo único, el triunfo de la revolución».

Avance «pueblo a pueblo»

Pero la victoria final no llegará hasta que la capital caiga en manos rebeldes. Para ello la nueva Junta Militar, encabezada por cinco coroneles, ha marcado «un plan de avance pueblo a pueblo. Hay que ir asegurando posiciones de forma progresiva hasta llegar a Sirte -localidad natal del dictador- donde encontraremos los primeros problemas serios», asegura Labeidi, quien mantiene «contacto telefónico diario con los cuarteles del oeste, que también están con nosotros. Gadafi nunca confió en sus soldados, por eso el Ejército libio apenas tiene medios, él apostó por los mercenarios».

La canción revolucionaria de la megafonía y los gritos de motivación de los reclutas quedan silenciados de pronto por los disparos de una batería antiaérea. Al otro lado del muro se encuentra la base militar de mantenimiento de Yousef Burahil, en la que los soldados terminan la puesta a punto del armamento rescatado de los cuarteles generales de Gadafi en Bengasi.

Limpian y engrasan unas armas -la mayoría de origen ruso y chino de los años setenta- «que hace una semana los hombres del régimen usaron contra la población civil. Son unos asesinos. Esta munición está pensada para derribar aviones, imagina su efecto en un cuerpo humano», reflexiona uno de los oficiales, que muestra orgulloso el engrasado de una ametralladora Dushka, una de las joyas del antiguo Ejército Rojo de la URSS. Sus hombres le piden que haga una prueba. Colocan la munición y los proyectiles de 12,7 milímetros retumban para alborozo de la tropa. «Son viejas, pero funcionan. Es suficiente por hoy, hay que guardar la munición para Gadafi y los suyos», ordena el coronel Abdel Salam. Se abre la puerta de la base y una furgoneta 'pick-up' Toyota entra cargada con nuevos civiles que acuden a enrolarse.