Rubén Olmo, uno de los bailaores más destacados de su generación, ha utilizado en sus espectáculos mantón e incluso bata de cola, como hace en su recuerco a Manuela Vargas . :: LA VOZ
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Así bailan los hombres: un decálogo inútil

Escudero dejó escritas las normas por las que debían regirse los bailaores; en 2011, Javier Latorre y Rubén Olmo defienden que la creatividad está por encima de las convenciones de cada escuela

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Hay hombres que mueven con gracia la bata de cola. Hace unos años, fuera del ambiente exótico de los cabarets, la figura estaba destinada al escarnio o a la burla. Ahora Rubén Olmo dice, a la defensiva, que no es transformismo. Pero tampoco hace falta. Los límites entre el baile masculino (el de la «sobriedad y la hombría», según Vicente Escudero) y el femenino («el de la dulzura y la sensualidad») se han desdibujado a merced de las exigencias creativas de unos y de otras, o de otros y de unas, según se mire.

Más allá de las particularidades de un personaje o de una pieza (el maestro japonés Shoji Kojima, haciendo 'La Celestina', por ejemplo), hay una evolución mestiza que tiende a romper el canon de género en favor de la libertad más absoluta. Bailaores dulces, que tiran de manos, y bailaoras fuertes, que presumen de potencia en el taconeo. Para empezar. Vicente Escudero, de cuya muerte su cumplen 30 años y a quien se homenajea en esta edición del Festival, dejó escrito un decálogo sobre cómo debían bailar los hombres, aunque advirtió de antemano de las dificultades de «penetrar en su hondura misteriosa». Isamay Benavente, Javier Latorre y el propio Rubén Olmo, debatieron ayer sobre su sentido y su vigencia, aunque hubo pocos argumentos enfrentados ya que, en el fondo, todos estaban de acuerdo en las claves principales.

«A los diez puntos de mi decálogo tiene irremediablemente que ajustarse todo aquél que quiera bailar con pureza. Ahora mismo yo no conozco a nadie que use de ellos en toda su extensión. Muy raramente se encuentra algún bailarín o bailaor que use tras o cuatro de mis puntos, los restantes brillan por su ausencia. De tal manera que les invito solemnemente a seguir la verdadera tradición del baile flamenco puro y masculino», escribió Escudero, con una rotundidad que a Latorre le parecía «excesiva» e impropia de alguien que «jamás aceptó a ceñirse a más normas que a las suyas; y, a veces, ni eso...».

«Las únicas diferencias a la hora de enseñar a bailar a un hombre o a una mujer son las que imponen la naturaleza», defendió Latorre. «Se da por hecho que los bailaores tienen más fuerza, y las mujeres más sensibilidad, pero la práctica nos demuestra que hay mujeres con mejores pies que los hombres, y hombres con mejores manos». «Ya no hay verdades inmutables, porque también hay hombres que lucen con bata de cola, y mujeres con una velocidad y fuerza en el taconeo de la que carecen otros bailaores», afirmó. Latorre se parapetó tras una idea, y el resto de la mesa no quiso o no pudo sacarlo de ahí: «No me gustan los maestros que dicen a sus alumnos lo que tienen y lo que no tienen que hacer. Nuestra función, como docentes, es alimentar su talento, y no marcar un territorio. Ninguno de mis alumnos que han alcanzado notoriedad lo han hecho por parecerse a mí; y tampoco se parecen entre ellos. Lo demás es el 'antiarte'. La clonación».

Aunque Isamay quiso conducir la conversación «por los caminos del estilo, no por los de la técnica que se enseña o se aprende», Rubén Olmo también estuvo de acuerdo con Latorre: «Todo depende del carácter del bailaor o la bailaora, y de las características que tenga la pieza o el montaje en el que esté enfrascado».

Continuó Latorre: «Supongo que Escudero se referiría a algunos palos, como los martinetes o los tarantos, porque alguien que fue tan libre en su forma de expresarse no puede condicionar al resto de la humanidad. Los alumnos tienen que contar con lenguajes y recursos como para enfrentarse a lo que quieren contar. El resto es secundario».

Rubén Olmo lucirá esta noche una bata de cola blanca y roja. Durante un rato será Manuela Vargas. Se acabó el debate.