UNA VISITA JUSTIFICADA
Actualizado: GuardarEn los días que corren hay prácticamente cola para hacerse recibir en los Emiratos Arabes Unidos y Catar. La razón es obvia para la mayoría de los supuestos: promover inversiones financieras y obtener contratos. En la marea prodemocrática que sacude el mundo árabe, los no iniciados, para decirlo cortésmente, creen que no se puede visitar un país árabe que no exhiba un régimen político homologado con el nuestro: una democracia parlamentaria, Gobierno elegido, completa libertad religiosa, etc. Los Emiratos y el de Catar no superarían la rigurosa prueba, pero hay que ir a Catar, en concreto, siempre que se pueda.
El pequeño país, sentado sobre yacimientos de petróleo y gas, ha sufrido una evolución propia e intransferible, que sería injusto tildar por completo de insuficiente. La monarquía de una dinastía -los al-Thani-, oscurantista y arcaica hace 20 años, es ahora formalmente islámica y si la sharia es tenida como fuente principal de la legislación, la práctica cotidiana de la vida política y social se atempera con un uso que separa la esfera pública de la privada.
Pero además de hidrocarburos, dinero y fútbol, incluso más allá del fenómeno Al-Yazeera, la TV que 'barre' en el mundo árabe y con sede en Doha, hay otra cosa: la autónoma y activa diplomacia del país, que ha hecho de él un factor insoslayable, por ejemplo en el escenario sirio-libanés o como conexión con el vecino Irán, el potente vecino chií con el que mantiene una relación de confianza, caso único en el golfo. Los norteamericanos lo saben bien: les irrita Al-Yazeera, pero aprecian la disposición del país para su despliegue militar en el área. En la base de Ubeid se instaló el vocinglero general Tommy Franks, para dirigir la invasión de Irak. Esta compatibilidad -amigos de los EE UU y del Hezbolá libanés a un tiempo- es de una polivalencia envidiable. Justifica, incluso sin petrodólares, la visita de Rodríguez Zapatero.