En medio de la nada. Carreteras desoladas conducen al aeropuerto de Ciudad Real. :: JOSÉ RAMÓN LADRA
Sociedad

La crisis ha estrellado el aeródromo de Ciudad Real, el primero privado

Un solo vuelo al día. 300 millones de deuda y un ERE encima de la mesa. Así naufragó el primer aeródromo privado del país

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Aun lado y a otro de la carretera que sortea un rosario de rotondas, no hay nada más que las tierras rojizas de La Mancha. Nada. En los carteles indicadores solo figura un destino: Aeropuerto Central Ciudad Real. La llegada tiene mucho del arranque de una película de zombies. Algo le ha debido ocurrir a la humanidad, algo terrible que ignora el viajero mientras circula por un mundo del que se han borrado las personas. Un enorme edificio, solo hay eso. Nadie en la puerta, ninguna colilla en el cenicero, ningún taxi, ni maletas, ni besos de despedida en la acera. En el párking descansan solitarias dos limusinas, como el atrezzo de lo que debería haber sido y no fue. Recuerdan a cuando España significaba lujo y crédito fácil, y los turistas iban a multiplicarse lo suficiente como para llenar una terminal con capacidad para 2,9 millones de pasajeros al año y hacer rentable una inversión de más de 500 millones de euros, una obra faraónica. Eran los tiempos de un sueño que se iba a llamar Don Quijote Airport, la primera gran base aérea privada y que resultó una quimera a la altura de las del Ingenioso Hidalgo.

Porque los monstruos eran molinos y las vacas gordas dejaron sus esqueletos en las cunetas de la crisis. De las visiones del floreciente desarrollo de la Ciudad Real soñada que aparece en las vallas publicitarias quedan a día de hoy unos 300 millones de euros de deudas.

Nada de aglomeraciones. Todas las tiendas son persianas de metal cerradas a cal y canto. En el interior de la terminal (planta Salidas), cabría una bola de espino empujada por el viento. Es la perfección en el vacío, un precioso monumento a la desproporción: el suelo brillante, el personal de vuelo adecuadamente peinado, los cruasanes frescos de la barra de la cafetería, el olor a café... Y solo media docena de viajeros, uno de los factores que han llevado al gigante -estrenado en 2008- a la bancarrota.

La cosa se pone fea cuando maneja las riendas de los sueños un grupo de administradores concursales que han inscrito los nombres de sus trabajadores en un expediente de regulación de empleo: 15% menos de jornada y sueldo, y parones de seis y tres meses cada año.

Sobran 20 mostradores

La cara amable de la pesadilla es que los clientes de la cafetería se conocen por su nombre de pila (son todos empleados) y tampoco hay colas para facturar. Se utiliza un mostrador; sobran veinte. Teodora Gómez ha llegado con su maleta verde limón y ha tardado tres minutos en el 'check-in'. «Ha sido rapidísimo». Ella es la cliente tipo del aeródromo. Es de Agudo, un pueblo a 90 kilómetros de la terminal, desde donde la han traído en coche. 13.25, Vueling, 29 euros de tarifa y en unos minutos estará en Barcelona, donde trabaja como limpiadora. «Todo es perfecto, salvo la pena que da que hayan hecho esto tan grande para que no lo utilice nadie».

Su vuelo es el único del día. En la terminal de Ciudad Real, a 21 kilómetros de la localidad manchega, opera solo una compañía. Vueling despega a Barcelona lunes, martes, miércoles y jueves y a París, miércoles y sábados. Los domingos y los viernes no hay vuelos. Tampoco hay más líneas. Al principio, operaba Air Nostrum, luego Air Berlín, pero se fueron. Y llegó Ryanair, con sus enlaces a Londres, pero también se largó. Ahora figura Vueling, con una subvención millonaria que le asegura la rentabilidad, al menos durante unos meses. Después, Dios dirá. El equipo de promoción y comercial del aeropuerto está, hoy por hoy, parado.

Óscar no deja de limpiar. Cuando en 2008 inauguraron las instalaciones, eran 24 personas encargadas de la limpieza. Ahora son seis y tres están de baja. «Aunque nadie manche, tenemos que trabajar mucho». Dos conductores de autobús esperan a que lleguen los turistas para llevarlos hasta Ciudad Real y Montellano. Rodolfo y José Ángel aguardan a pie de pista a cada vuelo. Manejan para sus líneas lanzadera dos enormes autobuses último modelo con las siglas del aeropuerto, pero en ocasiones les valdría con una moto. «Algunos viajes los hacemos con cinco pasajeros. Otros días no sube nadie. Cuando venimos solos, ponemos la música a todo tren... Da pena ver esto así. Tendrán que inventarse un proyecto o se hundirá», dice Rodolfo, que asegura que cuando se construyó el gigante «había trabajo a espuertas para todos».

En aquellos días, un aeropuerto en medio de la nada parecía una buena idea. Caja Castilla-La Mancha (intervenida por el Estado), Iberdrola, la constructora Isolux y familias reconocidas como los Díaz de Mera, Sanahuja o Méndez Pozo decidían en los 90 una inversión que podría llegar a los 1.100 millones de euros.

Razones para el desastre

Contaban a su favor con que el aeropuerto era privado, con lo que podrían reducir notablemente las tasas de AENA. Barajas estaba colapsado. La terminal podría convertirse en una satélite para vuelos de bajo coste a 50 minutos de AVE de Madrid, al estilo de Londres-Stansted. Las vías pasan a 200 metros del edificio (la pasarela de acceso a la estación está construida). El plan de negocio prometía para 2011 más de dos millones de pasajeros y una carga superior a la de Barcelona. Pero si algo podía salir mal...

Salió todo mal. Barajas construyó su T4, la crisis castigó los planes de rutas de las aerolíneas y la empresa no tuvo más dinero para hacer la estación. El Don Quijote Airport quería llamarse Madrid Sur. Perdió hasta el nombre. El resultado: en todo 2010, pisaron sus solitarias salas de embarque 33.520 personas, cinco veces menos de los viajeros que pasan cada día por Barajas. Para colmo, hay abierta una batalla política en la que se acusa a José María Barreda, presidente socialista de la Junta Manchega, de dilapidar fondos públicos por medio de Caja Castilla-La Mancha en ayuda de un proyecto descabellado.

A las instalaciones no les falta un perejil: amplios espacios, paredes de cristal y una pista de 4.600 metros. En ella podría aterrizar el mismísimo Airbus A380, el galeón de los cielos. También hay cientos de hectáreas para suelo industrial urbanizado esperando emprendedores que no llegan. Parte de los propietarios junto a nuevos socios habían anunciado 6.500 millones de euros de inversión en El Reino de Don Quijote, un 'resort' cercano al aeropuerto con viviendas, superhoteles, campos de golf y el mayor casino de Europa, el Caesar's España, gestionado por Harrah's Entertainment, el gigante del juego de Las Vegas. El proyecto también está parado: no hay dinero para hipotecas ni pasta para fichas de blackjack.

Cuando llegó al aeropuerto como agente de plataforma, Jorge Acosta Martínez, de 25 años, no sabía que se jugaba su futuro a la ruleta. Hoy, el presidente del comité de empresa espera ganar algún día. La pregunta es ¿cómo? «O una venta o que los propietarios pongan el dinero que falta». Entre los empleados hay rumores: se dice que pronto vendrá alguien «con mucho dinero» y resucitará el proyecto del aeropuerto fantasma. Nadie cree que suceda antes de las autonómicas de mayo. Hasta entonces, la pantalla de salidas seguirá en blanco.