La hora de Lady Europa
Las rebeliones en el mundo árabe despiertan a la cuestionada alta representante comunitaria
BRUSELAS. Actualizado: GuardarLa baronesa Ashton de Upholland convive con las críticas desde el mismo momento en el que fue nombrada alta representante europea para la Política Exterior. Nada más conocerse su sorprendente designación hace poco más de un año, algunos diplomáticos sintieron más que escalofríos al ver a una británica en uno de los puestos más poderosos de la UE. A partir de ahí, el murmullo de desaprobación no solo ha cobrado fuerza, sino que en algunos momentos ha sido casi ensordecedor. Ashton parece haberse puesto las pilas con las revueltas en el mundo árabe, una prueba de fuego para su liderazgo.
La jefa de la diplomacia comunitaria llegó al cargo gracias a una carambola en las negociaciones. El Tratado de Lisboa, el sucedáneo de Constitución adoptado por los Veintisiete, estableció a finales de 2009 la creación de dos nuevos puestos para poner voz y cara a la UE. Los británicos empujaron para que Tony Blair fuera el presidente del Consejo Europeo, pero el sillón fue para el belga Herman Van Rompuy.
En compensación, aunque tampoco se descarta que Reino Unido utilizara a Blair como señuelo, Ashton recibió el encargo de convertirse en la voz de Europa. 'The Sunday Times' contó poco después de su nombramiento que la entonces comisaria de Comercio recibió la noticia vía SMS cuando iba en el tren que enlaza Bruselas y Londres. La reacción de su marido, el director de la firma de sondeos YouGov, dio una idea aproximada de lo que le esperaba a la alta representante. «Los británicos no están exactamente bailando en las calles», espetó.
La propia Lady Ashton, que recibió el título de baronesa al acceder en 1999 a la Cámara de los Lores como par vitalicia, admitió en su presentación que «poca gente pensaba» que era la persona idónea para el puesto. «En los próximos meses, demostraré que soy la mejor», agregó convencida de que su apuesta por una «diplomacia silenciosa» convencería a los más escépticos.
Un mes después, se llevó el primer golpe en los riñones. El ministro francés para Europa no le perdonó que no fuera a Haití a la carrera después de que un devastador terremoto sacudiera la isla. Ashton, que tardó varias semanas en acudir al país, se defendió asegurando que la ONU le había pedido que retrasara su viaje para dar prioridad a la entrada de equipos de emergencia. «Cuando llegué todo el mundo me agradeció que no hubiera ido cuando se necesitaban las pistas de aterrizaje para la ayuda humanitaria», se justificó.
Esta primera andanada de críticas sirvió para que se empezara a granjear una reputación de jefa de la diplomacia con alergia a los aviones. La revista alemana 'Der Spiegel' comparaba ya en el balance de sus primeros 100 días en el cargo su dedicación con la de Javier Solana, un hombre de gran prestigio en Europa por su entrega y su capacidad para hacer visible a la UE en cualquier punto del planeta. La publicación calculó que el político español recorría unos 6.000 kilómetros semanales por «tres viajes como mucho» de la actual alta representante.
El nuevo Servicio de Acción Exterior de la UE, la joya de la corona del departamento de Ashton con embajadas en 136 países, tampoco se ha librado del látigo de sus detractores. De entrada, Francia y Suecia censuraron que eligiera para el destino más importante -Washington- al portugués Joao Vale de Almeida, un estrecho colaborador de Durao Barroso. Muchos interpretaron el nombramiento como un signo de debilidad de la alta representante frente a las presiones del presidente de la Comisión.
Esta retahíla de lunares, según un antiguo editor de la BBC, han acompañado a Ashton hasta su mayor reto: el desmoronamiento de los regímenes autoritarios en el norte de África. 'The Economist' decía a principios de mes que había llegado la «hora» de que la jefa de la diplomacia comunitaria empezara a carburar. La revista británica le reclamaba ante todo «convicción» frente al interés de los grandes países europeos por marcar su propio perfil.
Ashton parece que ha interiorizado el mensaje. Aunque durante la caída de Mubarak Alemania, Francia y Reino Unido impusieron el ritmo de las exigencias, la jefa de la diplomacia supo encontrar su espacio paulatinamente.
Con Libia, Ashton ha intentado proteger su otro punto débil: la falta de contundencia. Aunque tuvo que esperar a que los países miembros empezaran a elevar el tono, las sanciones se han puesto sobre la mesa. La UE ha ido más rápido que EE UU y las medidas destinadas a presionar a Gadafi estaban consensuadas en Europa antes que en Washington. La alta representante quiere cumplir su predicción de que era «la mejor» para el puesto.