Mandos militares brindan en la toma de posesión de Juan del Río como arzobispo castrense. :: FOTOPRENSA
Sociedad

El general intrépido

El arzobispo castrense, Juan del Río, emerge como uno de los llamados a copilotar la Iglesia española

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El pasado 7 de noviembre, cuando los Reyes despedían al Papa en el aeropuerto de Barcelona, el monarca rompió el estricto protocolo de la ceremonia oficial en la sala que compartían autoridades civiles y eclesiásticas. Don Juan Carlos se dirigió a Benedicto XVI y señaló con la mano a Juan del Río en un gesto de reconocimiento y recomendación hacia el actual arzobispo castrense, con el que antes había bromeado y se había fundido en un afectuoso abrazo. En efecto, el prelado onubense, de 63 años, goza de la amistad de la Casa Real, una institución a la que siempre se comunica de antemano la persona propuesta para ese cargo sin mando en plaza, pero en el que descansa una importante responsabilidad en las relaciones entre la Iglesia y el Estado.

Del Río (Ayamonte, Huelva, 1947) había cuajado una importante labor al frente de la diócesis de Jerez de la Frontera durante ocho años, gestión que compaginó con la Comisión Episcopal de Medios de Comunicación y que le proporcionó una proyección pública. Al contrario que Carlos Osoro, que tiene alergia a los periodistas, Del Río no rechaza el cuerpo a cuerpo y sale a la plaza pública sin parapetarse en los palacios episcopales. Defensor de que la Iglesia modernice sus canales de comunicación, durante el contencioso de la Cope y Jiménez Losantos abogó por una información sin sectarismos y reconoció que la emisora había hecho sufrir al Episcopado.

Biblias de camuflaje

El prelado andaluz pronto fue promovido a arzobispado castrense, aunque él no hubiera visto con malos ojos el arzobispado de Sevilla, ahora bajo el mandato de Asenjo, una perita en dulce que dicen ambicionaba. Pero cumplió órdenes. Así se iba acostumbrando a un estamento en el que su cargo eclesiástico se corresponde con el de General de División en el Ejército. Al poco de llegar a su nuevo destino, tuvo mucho eco mediático su iniciativa de distribuir 10.000 ejemplares de la Biblia entre el contingente de las Fuerzas Armadas desplegadas en el exterior. En tono verde militar, estaban diseñadas para el 'camuflaje'.

Algo intrépido y muy activo, no dudó en subirse en un avión con el uniforme verde oliva para visitar a las tropas españolas en Líbano y Afganistán, viajes que alternó con dolorosos funerales por el zarpazo del terrorismo con homilías muy atinadas, según la definición de uno de sus padrinos. En esa misión también se ha ganado a la ministra de Defensa, Carme Chacón -de la que tanto se habla ahora como relevo de Rodríguez Zapatero-, quien no ha escatimado elogios a la capacidad de Del Río.

En Roma también hablan muy bien de su trabajo. De hecho, durante la Exposición Universal de Sevilla de 1992 fue director adjunto del pabellón de la Santa Sede. De talante abierto y dialogante, entre sus compañeros de Episcopado goza de una simpatía generalizada. Determinados blogs del catolicismo más integrista ya le han enviado algunos recados para que «no se despiste» en el resbaladizo terreno que pisa.

En cualquier caso, si bien hoy puede ser un ariete importante en la operación de recambio de Rouco, en círculos eclesiales no se descarta que Juan del Río se convierta, dentro de tres años, en «la alternativa» al cardenal. Mientras se deja querer, el arzobispo, fiel a su cautela habitual, se escapa con una frase evangélica cuando se le pregunta por su futuro: «Veremos por dónde sopla el Espíritu Santo».