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Jueves de cine

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Cádiz suena a cine, es una ciudad que desde hace al menos una generación está asociada al amor al cine, gracias a personas como Fernando Quiñones o José Manuel Marchante. Una ciudad que huele a Alcances, a la caracola en la playa evocando la muestra de cine que volvía puntual a su cita con el otoño. En semanas tan cinematográficas como éstas, de Goyas, Berlinale y Oscars, la escuálida cartelera de Cádiz resulta insufrible y las pocas películas que merecen este nombre pasan con más rapidez que los aguaceros.

Así, es un consuelo el ciclo de cine que, con el mítico nombre de Alcances, nos acerca cada jueves lo mejor de la producción cinematográfica reciente. Si no fuera por la rubia presencia de los erasmus, la sala recordaría a los viejos cineclubs donde aprendimos a ver el mundo y donde conocimos a los grandes del cine: Welles, Bergman, Buñuel, Pasolini, Truffaut, Wilder, Polanski, Godard, Bardem, De Sica, Herzog, Berlanga, Kubrick, Griffith, Ford, Huston, Capra, Bertolucci, Kurosawa, Erice, Patino...

A poco, no quedarán espectadores para un cine que desaparecerá bajo el imperio del espectáculo. Qué difícil resulta hablar de este tipo de cine más allá de cuatro tópicos u obviedades que se agotan antes de salir de la sala. Preocupa la des-educación de las nuevas generaciones en el cine como arte, condenados a una cartelera tan rutinaria como vacía y, sobre todo, sin motivación para interesarse y entender mundos ajenos. Es cierto que hay una línea virtuosa que aúna arte y espectáculo, con películas que están en los Goya o los Oscar, pero son pocas desgraciadamente. Por ello es tan imprescindible el llamado cine independiente.

Es infrecuente ya poder sentarse con los amigos después de saborear una película, dulce, amarga, ácida o burbujeante a charlar sobre la experiencia compartida. El cine como arte, cuando es verdadero, refleja un mundo, una experiencia, una mirada ajena que, por humana, siempre nos es próxima. Por eso hablar de cine es también una forma de hablar de la vida.

Películas que nos arrojan dentro de un convento cristiano en la Argelia aterrorizada entre los terroristas religiosos y la dictadura, o en la Bosnia-Herzegovina de la postguerra donde asistimos al fracaso del amor en libertad frente a la irracionalidad del integrismo religioso wahabista. Otro jueves viajamos al Méjico profundo del machismo irredento o a la banalización de la violencia juvenil en la hermosa y triste historia de una abuela coreana. Antesdeayer gozamos con una magnífica cinta iraní, donde la seudo justicia religiosa contamina las conciencias y mata la alegría.

La película es la llama que enciende el placer de charlar de lo divino y humano, de filosofía, arte, política, religión, amor o sexo. Un raro privilegio en estos tiempos y, por cierto, bastante barato.