La bandera de San Fernando luce un crespón negro. :: Ó. CH.
Ciudadanos

«No quiero ni poner la televisión porque no hablan de otra cosa y este golpe es horrible»

Elosía Gómez, suegra de Javier Muñoz, fallecido en la tragedia de Hoyo de Manzanares, vive pendiente del teléfono y a la espera de novedades

SAN FERNANDO. Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

La mirada perdida. Como si no quisiera mirar a su alrededor y ver la realidad de lo que ha pasado. Ha sido un duro golpe difícil de encajar y Eloísa Gómez, suegra de Javier Muñoz (el cabo primera que falleció el jueves junto a otros cuatro militares en unas prácticas en la Academia de Hoyo de Manzanares), todavía se muestra aturdida por el impacto. Pendiente en todo momento del teléfono para conocer las últimas noticias sobre el caso, parece que el proceso va para largo y que el dolor se prolongará y serán varios los días que pasarán hasta que pueda ver a su yerno descansar en paz. Ahora su máxima preocupación es su hija, sobre todo porque no puede ofrecerle su hombro para llorar. Ella se ha tenido que quedar en San Fernando cuidando de la única hija del matrimonio, una nieta de cincos años ajena a todo lo que ha ocurrido. También cuida de su marido, que hace poco se operó del corazón y sigue delicado de salud.

«No quiero ni poner la televisión porque hablan del tema en todas las cadenas y a todas horas y ha sido un golpe muy duro como para estar pendiente a cada minuto de lo que dicen». Lo dice envuelta en la tranquilidad del patio de su casa junto a un caniche que se llama Fama y al que cuida para que no se escape. «Mi hija iba destrozada para allá. Es normal, un chaval tan joven, tan lleno de alegría. Javi era muy bueno con ella y con todos, y no porque sea mi yerno porque te lo puede decir cualquiera de la barriada o que lo conociera».

Esta vez le tocó a él. A todos los familiares se les viene a la cabeza el suceso que hace unos años se produjo en las instalaciones del Retín y en el que Javier se vio envuelto, aunque en esta ocasión para proclamarse como héroe. «Creo que ahí también hubo un muerto, pero Javi consiguió salvar a un compañero al hacerle un torniquete. A todos nos llamó mucho la atención porque él no puede ni pincharse, se pone muy nervioso y se marea. Incluso hay que levantarle las piernas. Yo le decía, 'pero chiquillo cómo pudiste hacerle el torniquete', y él contestaba que no sabía de dónde sacó fuerzas. Yo no sé cómo lo haría pero le salvó la vida al chaval. Antonio, creo que se llama, que es también de aquí, de San Fernando», narró Eloísa.

El apoyo de la barriada es constante. Cualquier vecino tiene una palabra de ánimo, un pequeño aliento al que acogerse para seguir de pie el día después de la tragedia. «Él era muy conocido y querido porque se implicaba mucho con la barriada. Lo que podía, porque lo cierto es que tampoco estaba mucho por aquí porque siempre estaba de viaje. Además era muy bueno arreglando cosas y haciendo cosas con las manos. Todos le querían».

Hacía poco que lo había visto ya que Javier partió a Madrid el pasado sábado tras pasar unos días junto a su familia debido a que a su pequeña la habían operado de vegetaciones. Quería bajar cuanto antes y no esperar a Carnavales por si acaso había problemas para bajar. «Cómo íbamos a pensar qué una cosa así podía ocurrir».

A la espera del sepelio

Eloísa ahora está atenta a las noticias que le llegan desde Madrid aunque ayer por la mañana poco sabía. «Mi hija se bajó del tren junto a sus suegros y sus cuñados y la llevaron para una residencia militar. Hoy -por ayer- lo más seguro es que estén todo el día allí y no sé si mañana se hará algo. Así que no sé cuándo llegarán. Nosotros lo que queremos es que sea lo más rápido posible. Aunque parece que la cosa no está clara, así que no sé».

Son varias las ocasiones en las que se muerde el labio inferior, un gesto reflejo para retener las lágrimas en sus ojos. Le cuesta hablar y lo hace de forma pausada y lenta, aunque en momentos recupera la compostura y habla de forma enérgica. «Lo único que no entiendo es que se tardara tanto para que mi hija pudiera ir para allá y que lo tuviera que hacer en tren, por lo demás estoy agradecida por las muestras de cariño».

Muestras que son continuas y que para verlas no hay más que pasar por la calle dónde vivía Javier en la Casería. Los vecinos ni siquiera pueden guardar las lágrimas y en las casapuertas al hablar del tema se consuelan unos a otros. «Tiene que pasar una tragedia para que a partir de ahora pongan medidas, y eso no es justo. Es una pena la forma en la que estos hombres han perdido la vida». Es una de las frases más repetidas en el entorno donde vivía Javier.