MANCHURIA
Actualizado: GuardarNo me refiero a la tierra de los manchures, sino al humilde barrio de Ensenada, Baja California, conocido por Manchuria, si bien allí no habita hoy ni un solo chino de origen mogol. En él vivían casi todos los tripulantes de nuestra flota pesquera, a los que iba con frecuencia a visitar para interesarme por sus vidas, cuando estaban ociosos durante el plenilunio, al inquietarme más los peligros inherentes a las pendencias originadas por el tequilazo, que los que arrostraban en la mar. Debe su enigmático nombre ese suburbio a los inmigrantes manchures que llegaron a las Californias en busca de oro, en el XIX. Casi todos terminaron mal, sufriendo todo tipo de tribulaciones.
El devenir de la Humanidad está jalonado de cientos de epopeyas colectivas, frutos de flujos migratorios impulsados por el deseo de mejorar, de medrar, de educar a la prole con más medios, jugándose la vida. Son huidas, escapatorias, estampidas, como las de los gñues en el Serengueti. Responden siempre a evaluaciones desesperadas, a catástrofes, a penurias agudas, a persecuciones, para las que la etología, general o humana, no tiene adecuada explicación, pues se trata de barruntos, de intuiciones inducidas por crisis de fe y, sobre todo, por el flagelo de la incultura supina frustrante.
No existe nada más necio que un pueblo necio, nada más ocluido e ingobernable, si bien este aserto cruel no lo comparten los tiranos, empecinados en creer que la cultura acarrea la revuelta y el alzamiento inerme aunque feroz. Una cosa es ser necio, ignaro, y otra es ser imbécil. Las naciones, los pueblos, condenados a la ignorancia, no están privados de inteligencia, aunque perviva ofuscada por la hambruna y la menesterosidad. Los alzamientos de las naciones islamitas, musulmanas o no, que se están propagando como fuego en pajar, deben su profusión y difusión, a estados de desesperación, de hartazgo, incendiados por el oxígeno de Internet, que desembocarán en estampidas, de no mediar soluciones salvíficas no manipuladas por el poder.
En estos casos, el cuadro diagnóstico se complica, pues cohabitan en el seno del alzamiento la indignación ante la injusticia, con el de las enemistades religiosas. Sumar al estado de ciego pánico, el que dicta la hambruna, el componente de la fe exclusiva y excluyente, multiplica exponencialmente los riesgos de tumultuosa estampida con visos de suicidio. Ni tan siquiera el martirologio servirá, como tampoco servirá la democracia, para evitar estas tragedias, pues ni aquel ni ésta, pueden erradicar la incultura obtusa, ni valorar el barril de Brent con equilibrio. El hambre genuina es la incultura. La mecha del barreno.