Gadafi se aferra a su violento delirio
El líder libio fía su permanencia en el poder a una represión cada vez más sangrienta mientras crece la condena internacional
RABAT. Actualizado: GuardarDelirante, despiadado y, muy probablemente, desesperado. El discurso televisado que ofreció ayer el líder libio Muamar Gadafi mostró a un hombre acorralado y enajenado, pero aún muy peligroso. El 'Guía de la Revolución' dijo estar dispuesto a «morir como un mártir», pero no sin antes llevarse por delante a todos los «drogadictos y borrachos» que han osado manifestarse en su contra. Gadafi, que volvió a achacar la revuelta a «ratas extranjeras», amenazó con ejecutar a todos aquellos «que se levanten en armas contra el país».
El líder aseguró que aún no había «empezado a dar órdenes de usar balas; si necesitamos emplear la fuerza, la usaremos». Sin embargo, ayer, aviones y helicópteros militares continuaron bombardeando Trípoli, donde los muertos se cuentan ya por centenares. Según la Federación Internacional de Derechos Humanos (FIDH), en la capital libia se habría instalado una nueva morgue que contendría al menos 450 cadáveres. Otras fuentes de la oposición elevan la cifra en todo el país a 560, mientras que la cadena de televisión Al-Arabiya aseguró ayer que hay 1.400 desaparecidos. Testigos citados por las agencias internacionales aseguran que es imposible conocer el número de muertos y que habría cadáveres por las calles de la capital que nadie se atreve a recoger por miedo a salir de sus casas.
En su intervención de ayer, que duró más de una hora, Gadafi quiso dejar claro que no piensa abandonar el poder, como hicieron antes el tunecino Ben Ali y el egipcio Mubarak. «Si fuera presidente, os tiraría mi dimisión a la cara», dijo, desafiante, el coronel. Sin embargo, «soy el líder de la revolución, cogeré mi fusil, permaneceré en Libia y derramaré hasta mi última gota de sangre», añadió. «Todos aquellos que amáis a Muamar Gadafi, salid a proteger las calles» con un brazalete verde en la manga, pidió. Los que se han levantado en armas contra él, sin embargo serán perseguidos «casa por casa», y ejecutados.
El 'Guía de la Revolución' volvió a blandir la amenaza islamista y extranjera. Según sus palabras, Bin Laden y Ayman el Zawahiri (segundo de Al-Qaida) se encuentran detrás de las protestas, como también EE UU y las cadenas de televisión extranjeras que «están trabajando para el diablo». En su delirio, Gadafi llegó a defender la actuación del Ejército chino sobre los jóvenes de Tiananmen en 1989, esos que «cantaban los mismos lemas que la Pepsicola», ya que, a su parecer, «la unidad de China valía mucho más que esos jóvenes», lo mismo que sucede ahora con Libia, dijo.
Si no fuera por la tragedia que se vive en Libia, donde los leales al régimen están causando una auténtica masacre, el discurso de Gadafi podría resultar hilarante de puro patético. Empezando por el escenario elegido para lanzar su mensaje, el pabellón del palacio presidencial destruido por los bombardeos estadounidenses en 1986 y que Gadafi nunca ha querido reconstruir para recordar cuál ha sido su archienemigo -de ahí la estrambótica y obvia escultura gigante de un puño que estruja un caza americano que preside el lugar-. O la tosca edición del discurso de la televisión libia, que alternaba imágenes del dictador con manifestaciones proGadafi, pasando por el ayudante que se paseaba de vez en cuando por detrás del líder, o la salida triunfal de las ruinas a bordo de un carrito de golf, vitoreado por un grupo de fieles que intentaban darle besos. La puesta en escena parecía sacada de una película de bajo presupuesto.
Presión internacional
La presión internacional para que Gadafi abandone la violencia contra los manifestantes siguió ayer en aumento. La Liga Árabe, donde Libia ejerce la presidencia rotatoria, decidió suspender la participación del país norteafricano en sus reuniones y criticó la violenta represión contra los civiles y el uso de mercenarios y artillería pesada contra el pueblo libio. El Consejo de Seguridad de la ONU también se reunió de urgencia, aunque al cierre de esta edición no se conocía aún si pensaba adoptar medidas. Entre tanto se conoció la deserción del ministro del Interior, Abdulá Yunis, hasta ahora íntimo de Gadafi.
La huida desesperada de extranjeros de Libia se intensificó ayer. Con los aeropuertos colapsados -el de Bengasi inutilizado-, muchos optaron ayer por las fronteras terrestres con Túnez y Egipto, donde se habían instalado tiendas de campaña para acoger a las personas que conseguían abandonar Libia. El Ejército egipcio aseguró ayer que los militares libios habían abandonado su lado de la frontera, que ahora estaba siendo controlada por comités populares, previsiblemente opositores a Gadafi.
Varias fuentes han asegurado en los últimos días que el este del país se encuentra en manos de los manifestantes después de que muchos soldados y oficiales de alto cargo cambiaran de bando. El propio Gadafi reconoció ayer que Bengasi, la segunda ciudad de Libia, «que he construido yo, ladrillo a ladrillo», estaba en poder de «las ratas», en referencia a los opositores.