Una tradición que no da para vivir todo el año
Actualizado: GuardarCopejadores, patrones, ranas (buzos), lancheros o vigilantes. Esos son algunos de los puestos de trabajo que genera una almadraba como arte de pesca milenario, que se mantiene prácticamente inalterable con el paso del tiempo. Las tecnologías en esta pesquería apenas hace se reduce a los aparatos de navegación de los barcos y las balizas con iluminación nocturna, alimentada por energía solar. El resto es tradición cien por cien. «Aquí todo se hace a mano», recuerda Melchor, uno de los pescadores que lleva más tiempo en la almadraba de Conil, la Punta Atalaya. Este profesional de la mar, que reconoce tener una empresa como segunda actividad para los meses que no pesca, coincide con sus compañeros. «El futuro es muy negro para nosotros». Las almadrabas gaditanas están en la memoria colectiva y la cultura de la provincia. La mayoría de pescadores que se incorporan cada febrero a la labor en tierra de preparativos del calamento, heredó sus conocimientos de sus padres o hermanos. Todos saben qué tienen qué hacer en tierra, lo mismo que cuando salen a la mar; lo llevan en la sangre. El premio a tanto esfuerzo apenas roza los 1.800 euros brutos mensuales, seis meses al año.