De la calidad y la educación o de cómo se educa con el martillo
Actualizado: GuardarEl tema de la calidad en la educación ha sido recurrente durante toda la historia; ya Sócrates y los sofistas -quizá otros antes- se quejaban de la 'mala educación' de los jóvenes: «los jóvenes de hoy aman el lujo, tienen manías y desprecian la autoridad. Responden a sus padres[.] y tiranizan a sus maestros». También en este tema de la educación parece que cualquier tiempo pasado fuera mejor. Pero quizá esto tenga más que ver con nuestra memoria, que es selectiva, y nos hace olvidar los malos recuerdos. Porque puestos a rascar inmediatamente nos sale el sarpullido y hablamos mal de casi todos nuestros maestros: el de los apuntes amarillos, el que se dormía, el que sólo servía de buen ejemplo de mal ejemplo, de aquello que no se debe hacer, etc.
Para que esto no ocurra a los pedagogos de los nuevos tiempos se les ha ocurrido medir la calidad de la educación y han inventado sistemas de calidad y evaluación incluso las diferentes consejerías de educación han creado agencias dedicadas a tal efecto.
Esta idea no es que haya aflorado de la nada sino que es resultado de esta sociedad altamente tecnologizada que hemos construido: si somos capaces de medir la calidad de un sistema de producción de lavadoras o de coches (las aegs o los bmws, son mejores que las candis o los seiscientos), ¿cómo no vamos a ser capaces de medir un sistema de producción de alumnos? Para ello, los centros educativos, las consejerías, los ministerios, las universidades, nos hemos embarcado en la construcción de procesos, procedimientos, protocolos, normas, etc; que en muchos casos han llevado a los centros a convertirse en Agilulfos (Italo Calvino, El caballero inexistente), es decir, sistemas perfectamente articulados, armaduras bellas y limpias, pero vacías de contenido.
Toda una fantástica -también fantasiosa- cesta por la que se nos escapa el agua, si atendemos al informe Pisa. Y es que esta idea del positivismo de que un sistema con principios puramente técnicos sirva tanto para hacer una lavadora como para educar, a los Gurdulús (Italo Calvino, El caballero inexistente) profesores de a pie, escuderos de los Agilulfos, los que siguen manchándose con la tiza, aunque sea de las pizarras electrónicas, les parece una quimera que les hace perder el tiempo en infinitos protocolos y procedimientos que 'no sirven para educar' que es más un término ético/estético, o, metafísico incluso, que tecnológico.
Y en esas andamos en los centros en la agria polémica entre los desertores de la tiza que idean sistemas I.S.O. 9000, 9001, 9002., Agilulfos de la enseñanza y luchadores en el barro 'Gurdulús' de los Centros Educativos. Y tú, ¿de quién eres, en qué parte estás?