Sociedad

Devoto de Dios y de sí mismo

Se levanta a las seis y media, baja al gimnasio de su chalé y reza el rosario. Nunca coge vacaciones, pero ni la fe ni el trabajo han salvado sus empresas

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Devoto de su trabajo, de sus empresas y sus empleados, de su numerosísima familia, con 13 hijos y 52 nietos a quienes llama por su nombre. Devoto de ese hacer las cosas a su manera con métodos que lo mismo le alzan a la cúspide de las finanzas que le encierran entre rejas. Pero, por encima de todo, José María Ruiz-Mateos se profesa devoción a sí mismo y a ese Dios al que no abandona en público y ofrece misas en privado, y a la Virgen del Perpetuo Socorro, por quien repasa las cuentas del rosario mañana y tarde cada día. Benefactor y miembro del Opus Dei, al que ha enaltecido y denostado -como cuando acusó a los jueces del caso Rumasa de pertenecer a la Obra (acaso porque no creía en ellos)-, el empresario jerezano ha vuelto a sentirse víctima ante el fracaso de su Rumasa bis y ha apelado a la religión católica para no suicidarse. «Si no devolvemos hasta el último euro a nuestros inversores, a las personas que en un gesto de bondad y de confianza nos han depositado sus ahorros en nuestros pagarés, me pegaría un tiro en la cabeza, si es que la fe que profeso me lo permitiera».

Sin duda que tiene fe. Tanta, que sabía que sus dineros estaban más protegidos en paraísos fiscales, al igual que su ingente y desconocido patrimonio. Todo a buen recaudo. Tal vez en nombre de esa fe defrauda a Hacienda, a la Seguridad Social, a las arcas públicas, que somos todos. Y ahora a sus clientes, camino de convertirse en acreedores angustiados y sin vírgenes que les socorran.

Si algo no puede negársele a Ruiz Mateos es su madera de líder. De su carisma empresarial da cuenta una anécdota que comentan sus allegados. Con solo ocho años ya prestaba dinero a sus hermanos, siempre que le pagaran con intereses. Así empezó una carrera que desembocaría en la exportación de vinos de Jerez y un conglomerado de más de 800 empresas y 65.000 trabajadores: la Rumasa expropiada por el Gobierno de González, que cortó el vuelo al imperio de la abeja.

Seductor y esperpéntico

Se fugó de España, pasó por la cárcel. En la prisión de Fráncfort, antes de ser extraditado, renovó esa fe que le mantiene el ánimo en la adversidad. «Le doy gracias a Dios y a mi madre, que es santa, de no haber llegado a matar a nadie. Ganas no me han faltado, a veces. No es fácil resistir la injusticia tanto tiempo», publicó en sus 'Cartas desde mi celda', donde no faltaron irónicas alusiones al ministro ejecutor de su dolor, a quien soltó un guantazo en una aparición pública: «A la hora del recuento por las mañanas, cuando todos los reclusos forman fila, ante el funcionario siempre digo: '¡Falta Boyer! Se ríen a carcajadas».

Tomó luego la calle para reclamar justicia y sembrar perplejidad. Se disfrazó de Supermán, de prisionero, de chulo madrileño (trajes que guarda como oro en paño en un armario de su chalé madrileño de Somosaguas). De empresario pasó a esperpento y al Parlamento Europeo. Increíble tres en uno.

Renació. Seductor impenitente de clientes que le respaldan sin condiciones -aunque luego les deje en la cuneta-, José María Ruiz-Mateos y Jiménez de Tejada cae y vuelve a levantarse, bien arropado a estas alturas por sus seis vástagos varones que vigilan los negocios más diversos, desde el chocolate a la fabricación de piensos avícolas, pasando por los caldos y el fútbol. Como hombre 'a la vieja usanza' confía más en sus chicos que en sus siete hijas, vetadas en la dirección de las finanzas, aunque compensadas con un cheque individual que algunos cifran en diez millones. Anteayer posó por segunda vez con sus varones. La primera fue en 2007, cuando volvió a prisión.

Carne fácil para las feministas, dio un viraje a esas rancias creencias que combina con elegantes ademanes, al poner a su esposa, Teresa Rivero, al timón del Rayo Vallecano.

Al patriarca nadie le tose, de momento. Capaz de abroncar a hijos y colaboradores directos por no acudir a la hora a su puesto de trabajo o por no hacer las cosas a su gusto, de estresarles hasta el límite, el empresario exige a los demás lo que a sí mismo. Trabajo y más trabajo. Día a día, sin descansos si es preciso. Una rutina vertiginosa que Ruiz Mateos comienza a las seis y media de la mañana. Una hora después, hace desfilar a sus hijos por su despacho para pedírles cuentas y darles órdenes. Imparable, hace deporte en el gimnasio de su casa, donde se cuida, come cual pajarito, vigila de cerca su aspecto, su físico, bastante decaído, y su cerebro. Dicen que es capaz de salirse de una reunión, volver después de media hora y saber lo que se ha debatido con escuchar las dos últimas frases. Una mente privilegiada, aseguran en su entorno, que funciona como un ordenador al que no se le escapa detalle.

Benefactor y paternalista

Ninguno de sus empleados habla mal del gran jefe que se desvela por ellos y ayuda a pagar los estudios de sus hijos, de quien se preocupa por su estado de salud o sus problemas personales y de quien no ha cogido nunca vaciones. En una ocasión hasta le compró una casa a uno de ellos en un barrio de Madrid para que pudiera casarse con su novia. Generoso hasta con los taxistas de Jerez, a quienes deja jugosas propinas e invita a comer de lujo de vez en cuando.

Así es el marqués de Olivara, título nobiliario que heredó de la familia, irritante y adorable, amigo o enemigo sin medias tintas, piropeador de las mujeres hasta resultar pegajoso. De buenos y malos modales. La cara y la cruz de un empresario, que a punto de cumplir 80 años vuelve a las las andadas. Y quién sabe si de nuevo a la cárcel, de la que le libraría su edad. Seguro que Ruiz-Mateos reza estos días ante la cruz de madera de casi un metro de largo que preside su dormitorio, como hizo con toda su familia cuando le expropiaron la primera Rumasa. Allí estará también 'Dhul', el perro labrador con el nombre de sus flanes. Y que rece, porque las redes sociales no perdonan: «Suspensión de pagos... Mmmm, dhulicioso»; «Si no puedo pagar a mis acreedores, que me parta un Rayo... Vallecano».