Editorial

Malestar árabe

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La inquietud social y política de las sociedades árabes, exacerbada por el paro y animada por un decisivo relevo generacional, ha devenido una suerte de revuelta semigeneralizada que si en algunos Estados es solo una efervescencia aún imprecisa, en otros -Túnez y Egipto- ha supuesto el fin de regímenes autoritarios y en algunos, como Yemen, Libia y Bahrein, ya altera fuertemente el orden público y provoca disturbios con muertos, heridos y detenidos. Los casos de Libia y Bahrein son sorprendentes porque el coronel Gaddafi dispone de cierta base social-tribal y hábitos arraigados de no aceptar desafíos opositores en un país muy poco poblado y, como se dice coloquialmente, todos se conocen. Y en Bahrein la dinastía hizo un serio esfuerzo de modernización institucional, se convirtió en monarquía parlamentario y alentó un tono más tolerante hace ya algunos años. Aparentemente, no han servido remedios, ni el del iluminado Gaddagi, que creó un extravagante sistema 'ad hoc' hace más de 40 años, ni la democratización relativa en Bahrein. Washington hizo ayer lo que debía: pedir a los gobiernos que no repriman por la fuerza a los manifestantes y oigan sus demandas. Eso, no ser selectivo en la condena, es lo correcto. Y en el caso de Bahrein, sede de la impresionante V Flota norteamericana, es también inteligente y meritorio.