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Récord de desgobierno en Bélgica
El país bate la marca iraquí de 249 días sin Ejecutivo con una irónica 'revolución de las patatas fritas'
BRUSELAS. Actualizado: GuardarBélgica prefiere tomárselo con humor y mucha paciencia. Ayer, el país batió el récord mundial de días sin formar Gobierno -249 jornadas- tras unas elecciones. La alternativa más fácil era arrancar la hoja del calendario y no salir de la cama, pero los jóvenes demostraron que la simpatía puede derribar murallas. Unidos bajo el irónico lema de 'la revolución de las patatas fritas', miles de estudiantes flamencos y francófonos salieron a la calle para festejar su «glorioso» título internacional y reclamar a la clase política que esté a la altura.
El sarcástico nombre elegido para las movilizaciones estaba, en realidad, cargado de simbolismo. Los belgas se consideran los inventores de las patatas fritas, todo un icono nacional que servía de excusa perfecta para reivindicar la unidad del país. Solo restaba sazonar un poco el plato con la actualidad internacional para lograr una receta de éxito. «En Túnez, se recurrió a los jazmines para echar al Gobierno. Aquí, utilizamos las patatas fritas para que vuelva el nuestro», explicaban ayer los organizadores de las marchas.
La convocatoria reunió a miles de estudiantes tanto en Flandes como en Valonia, la sureña comunidad francófona. Bien es cierto que los jóvenes, la mayoría universitarios, habían organizado con mucho ojo las concentraciones. En Bruselas, la cita principal era en una céntrica plaza donde al margen de los discursos también había música y degustación de cerveza con patatas fritas. «Somos la Bélgica del mañana y rechazamos el futuro que se nos prepara», proclamaron los estudiantes.
En Gante, los organizadores optaron por añadir todavía más simbolismo a la jornada. Los universitarios llevaron a cabo 249 striptease, uno por cada día sin Gobierno. «Todos somos iguales cuando estamos desnudos», aclararon los convocantes en referencia a la profunda división entre flamencos y francófonos. Hasta la extrema derecha quiso tener su minuto de gloria regalando plátanos. «Bélgica es una república bananera», justificaban.
Los periódicos, en un tono más agrio, también reconocieron la gran hazaña del país, que desbanca a Irak al frente del ranking internacional del desgobierno. El francófono 'Le Soir' no tenía desperdicio. La imagen principal de su portada simulaba la pared de una recóndita cárcel en la que un prisionero había marcado palote a palote las 249 jornadas. «Récord conseguido», rezaba su titular principal. En las páginas interiores, la directora del periódico se confesaba «asqueada del encarcelamiento mental» en el que ha caído el país por unos partidos que «se pelean sin descanso».
Seis mediadores
El diario francófono, en colaboración con el flamenco 'De Standaard', lanzaba incluso una iniciativa para intentar desbloquear la situación. Ambos rotativos invitaban a sus respectivas clases políticas a abandonar una serie de reivindicaciones para poder avanzar hacia la formación de un Gobierno. Lo cierto es que el país ha llegado a un punto en el que cualquier estímulo es bienvenido. Solo hay que recordar que las elecciones se celebraron en junio y que el rey ha tenido que nombrar a seis mediadores para intentar forjar un consenso.
El último político convertido en emisario real es el ministro de Finanzas en funciones, el liberal francófono Didier Reynders. Después de dos semanas de reuniones, decía el miércoles que todavía hay que «reconstruir la confianza» entre los partidos. También es cierto que la empresa no es nada sencilla. Para empezar, se negocia paralelamente la formación del Gobierno y la reforma del Estado. En total, siete partidos están sentados a la mesa y en la parte flamenca la voz cantante la llevan los independentistas de la N-VA.
Los asuntos a tratar tampoco ayudan mucho. Los nacionalistas flamencos buscan nuevas transferencias para las regiones que incluyen cuestiones fiscales, las políticas de empleo, tribunales de justicia y hasta la reforma del sistema de pensiones. Todo ello preservando la financiación del Ejecutivo federal y sin romper las «bases de la solidaridad interna» del país. Por si fuera poco, se pretende resolver el conflicto histórico del distrito periférico de Bruselas, un problema de primera magnitud que en caso de escisión del país podría acabar determinando qué comunidad se queda con la capital.