El pueblo natal de Mubarak apoya su marcha pero no la forma de echarle
KFAR-EL MESELHA. Actualizado: GuardarLa provincia de Minufiya es patria de presidentes. Allí nacieron Anuar el-Sadat y Hosni Mubarak. Salimos de El Cairo en dirección a Kfar-el Meselha para visitar el pueblo del último 'rais'. Enfilamos por la carretera nacional y tras salir de la capital comienza el rosario de pequeños pueblos agrícolas del delta del Nilo. Una carretera infernal que se abre paso entre casas de ladrillo y adobe. A derecha e izquierda campos de trigo y patata. Siguiendo en paralelo el curso del río entramos en Bagur bajo un gran arco con la foto del derrocado presidente dando la bienvenida. Aquí nada parece haber cambiado.
A la salida de Bagur recogemos a un vecino que espera el autobús hacia Kfar-el Meselha. Se llama Abda Raboli y trabaja en el campo, como la mayor parte de hombres y mujeres en la provincia de Minufiya. «Desde que empezó la revolución la gente se ha vuelto loca y aprovecha el caos administrativo para construir sin permisos; nos vamos a quedar sin superficie de cultivo», lamenta antes de asegurar que «no soy un seguidor de Mubarak, pero me da pena la forma que han tenido de echarle. Se merecía una salida más digna».
Tras cruzar el Nilo entramos en las calles sin asfaltar de la aldea natal del depuesto 'rais'. Abda nos acompaña hasta la escuela de primaria donde cursó sus primeros estudios. El centro parece detenido en los años treinta y los pupitres son los mismos que ocupó el joven Hosni. «Tenemos 250 alumnos, pero desde hace dos semanas no hay clase, esperamos empezar la próxima», confiesa la directora mientras sirve té y discute con otras profesoras la salida de Mubarak.
Una foto del expresidente con 52 años preside el aula. «No la vamos a quitar hasta que lo ordene el ministro de Educación», responden al unísono las maestras que tienen sensaciones contradictorias. «Era la única solución posible porque si hubiera seguido algo terrible les podía haber pasado a los miles de jóvenes de Tahrir», dice una de ellas. «Pero no son formas, este hombre ha dado los últimos sesenta años de su vida al país», reflexiona otra compañera.
Sin grabación ni fotos
Sin acabar el té suena el teléfono y la directora anuncia que en breve llegará alguien de seguridad y que le han advertido que no podemos tomar fotos ni grabar imágenes. El agente se persona inmediatamente y tras pedir las acreditaciones nos informa que necesitamos una serie interminable de permisos para seguir con la entrevista. «No han cambiado el chip, es la misma forma de pensar que durante el régimen y la gente sigue llamando a la policía si ve un extranjero, piensan que todos sois espías de Israel», lamenta mi traductor.
Dejamos la escuela y en apenas dos minutos llegamos al número tres de la calle Abdulaziz Basha Fahmi, la casa de los abuelos de Mubarak. «Nació en un establo que estaba frente a la casa. Tenía una dependencia para animales y otra para la familia», asegura un anciano mientras señala a un edificio de tres plantas que ocupa el lugar del antiguo establo.
En la casa de la familia Mubarak viven desde hace dos décadas los Bekir, que pagan un alquiler de 62 euros. Tienen miedo de hablar con la prensa. Hussein Omar, residente en el número cuatro sí quiere contar que «nací aquí hace 45 años y juro que desde el año 1973 nunca ha vuelto a pisar este pueblo. No disfrutamos de un trato especial porque naciera aquí, todo lo contrario porque aquí nos faltan los servicios mínimos», se queja amargamente.