![](/cadiz/prensa/noticias/201102/13/fotos/5047691.jpg)
Los pecados del presidente
El jefe del Ejecutivo sabe que ha cruzado una línea que le aleja sin remedio de su electorado potencial José Luis Rodríguez Zapatero Presidente del Gobierno
MADRID. Actualizado: GuardarUn pecado original públicamente reconocido, el empeño en negar la crisis económica en 2008, y una sucesión de buenos augurios fallidos a lo largo de 2009, han hecho sin duda mella en la credibilidad del presidente del Gobierno ante los españoles; pero lo que ha terminado de darle la puntilla es, a juicio de importantes dirigentes socialistas, su determinación a la hora de adoptar medidas económicas que encajan mal con las tradicionales recetas socialdemócratas. En un año, la nota que ponen a José Luis Rodríguez Zapatero quienes confiesan haberle votado en las últimas generales ha pasado del 5,89 al 4,74.
En este período, los ciudadanos han visto cómo se les subía el IVA, una medida que afecta, sobre todo, a quienes menos tienen; cómo se congelaban las pensiones; cómo se recortaban las inversiones públicas; cómo se abarataba el despido; cómo se suprimían los 420 euros para los parados de larga duración... En definitiva, cómo España ha entrado en una espiral de recortes sociales necesarios, según defiende el jefe del Ejecutivo, para evitar el colapso del Estado de Bienestar, pero difíciles de encajar para un electorado que aplaudía cada vez que oía a los dirigentes del PSOE afirmar que esta crisis era producto del capitalismo salvaje y que, en consecuencia, el mundo estaba a punto de asistir a los funerales de la doctrina liberal.
Al propio Zapatero le costó digerir el cambio de enfoque. Tras anunciar el 'tijeretazo' social de mayo, en pleno estallido de la crisis del euro, quedó noqueado. Los suyos le decían que, en paralelo a los recortes del gasto, debía poner en valor que el suyo era el Gobierno que mayor cobertura daba a los desempleados y que mantenía un altísimo gasto social, pero él replicaba que había que hacer hincapié en la importancia del sacrificio y su impacto entre la ciudadanía
Después, pasó por una fase de autojustificación. «Se puede intentar ser coherente toda la vida, pero lo que no se puede es ir y darte un golpe contra la pared por tus concepciones ideológicas», replicó en el Congreso a los irritados grupos parlamentarios de izquierda durante el debate sobre el estado de la Nación en julio del año pasado. En esa misma tribuna, asumió su inmolación y anunció que seguiría adelante con su programa de reformas estructurales, «me cueste lo que me cueste». En el grupo socialista bajaron la cabeza.
Ahora, el jefe del Ejecutivo parece haberse reconciliado consigo mismo. Hasta el punto de que quienes trabajan con él aseguran verle en una suerte de estado de iluminación. Dicen que el día en que aseguró que haría las reformas necesarias para España sin importar lo que pudiera costarle en términos políticos decía la verdad, que sabe que llegará un momento en el que cruzará una «línea roja» a partir de la cual será «imposible» recuperar el afecto de su electorado, pero que lo acepta sin problemas, como un deber ineludible por España.
En sus últimos discursos se detecta ese sentimiento. Casi ha llegado a decir que la Historia le juzgará. O dicho de otro modo, que «cuando se vea con perspectiva este período, se apreciará que si algo lo ha caracterizado es el esfuerzo titánico de este Gobierno para mantener los grandes pilares del Estado de bienestar, los clásicos (educación, sanidad y pensiones) y los que hemos ido incorporando a lo largo de 2008».
Mientras, en el PSOE aprietan los dientes y tragan saliva. Los más optimistas afirman que el pacto para la reforma del sistema de pensiones con sindicatos y empresarios marcará un punto de inflexión. Los realistas matizan que el acuerdo, con ser importante, «no es el bálsamo de Fierabrás, pero si tiene una continuidad en otros ámbitos ayudará».