Los nuevos aristócratas
En nuestros días cualquier concejal de distrito no puede vivir sin un coche oficial
Actualizado: GuardarLas apariencias tienen la facultad de ser cambiantes, las esencias quizá no tanto. En sus buenos tiempos, la nobleza imponía a la plebe la tasa de los tributos no en función de los intereses de la plebe, claro está, sino en función de las necesidades de la propia nobleza para mantenerse como estamento privilegiado. En sus buenos tiempos, la nobleza presidía los festejos que le apetecía presidir. En sus buenos tiempos, la nobleza tenía muy claro que los signos externos de grandeza eran algo más que signos externos. En sus buenos tiempos, la nobleza, en fin, mantenía las distancias, porque su subsistencia dependía en gran parte de esas distancias: el mantenimiento de un rango ilusorio para poder mantener un rango con beneficios prácticos.
En nuestros días, los aristócratas tradicionales han quedado como mucho para alquilar su título nobiliario a las empresas bodegueras, de modo que un conde o un marqués nos suena hoy a marca de vino tinto. Y es que, como decía, las apariencias cambian: los nuevos aristócratas no ostentan un título de marqués o de duque, sino un cargo político. Ellos se guisan y se comen sus privilegios, ellos imponen a la nueva modalidad de plebe las tasas necesarias para poder sostener el entramado burocrático que les permite el ejercicio de sus funciones filantrópicas, ellos se alían con los otros estamentos de poder para armonizar no el tejido social, sino el tejido de las altas jerarquías; ellos ocupan ahora los sitios de honor en los festejos, y gratis, porque no conoce uno a ningún político que no vaya de gañote a casi todas partes. Y así sucesivamente.
Un parlamentario catalán acaba de alarmarnos del riesgo de que, si se suprimen los privilegios de casta de los políticos, la función pública quede en manos de funcionarios y de pobres. Un ministro nos adoctrinaba hace poco de que los expresidentes de Gobierno pueden y deben conciliar el cobro de un sueldo público y de un sueldo privado, ya que dedicaron años muy valiosos de su vida a manejar el timón incierto del país, no como los mineros o los albañiles, por ejemplo, que se limitan a dedicar los años más valiosos de su vida a hacer cruceros por el Caribe.
Según parece, los políticos están haciéndonos un favor, porque podrían dedicarse a actividades más rentables que la de salvar a diario el país, y ese sacrificio suyo se topa con la incomprensión de la plebe, que no acaba de asumir de buen grado que la clase política sea precisamente eso: una clase.
El propietario de Ikea (que, según dicen, es uno de los hombres más ricos de nuestro planeta de pobres) acude cada mañana en metro a su trabajo. Aquí, cualquier concejal de distrito no puede vivir sin coche oficial, por dos motivos de apariencia contradictoria: porque no es sueco y porque resulta muy cómodo hacerse el sueco.